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La revolución impensable.


Incluyo este buenísimo artículo extraido de http://tapera.info, una web dedicada a la historia desde un punto de vista crítico. Desde el cono Sur se pone patas arriba a la visión de la historia aprovechando la revolución de los esclavos en Haití a inicios de siglo XIX.
Es un artículo que ayuda a formularnos preguntas claves como ¿quién escribe la historia? y ¿para quién?.

Entre 1791 y 1804 la por entonces colonia francesa de Santo Domingo, hoy República de Haití, fue el escenario de la más radical de las revoluciones. Santo Domingo era en la época la “joya de la corona” (francesa), la más rica colonia entre las colonias europeas en el caribe. Una economía de plantación, exportadora de azúcar, ubicada en una compleja red de tráfico mercantil que la unía con Europa, las 13 colonias (luego EE.UU.), África y América del Sur. Una economía basada en el trabajo de los esclavos; una clase de personas –aunque tratadas como no-personas- que desde los siglos XVI en adelante (probablemente antes también) estaba básicamente constituida por negros.
La revolución haitiana fue el único caso conocido en que una masa oprimida de esclavos negros se elevó hasta la constitución de un estado independiente, arrasando el poder de la clase dominante de plantadores blancos y mulatos y de sus apoyaturas metropolitanas; la única revolución conocida en que la clase dominada se auto-emancipó de sus dominadores. Y sin embargo, esta portentosa revolución se transformó, como dice el historiador-antropólogo Michel-Rolph Trouillot, en un “no-evento”, donde “lo que pasó” y el “conocimiento” de lo que pasó se unen en un singular silencio.
Así como recientemente Domenico Losurdo señalaba que la historia del liberalismo es indisociable de la historia de la esclavitud, la historia de la “configuración” de occidente es indisociable del colonialismo. En esa configuración, una cierta idea del hombre fue tomando consistencia: esto es, “hombre” se fue haciendo sinónimo de “blanco” “europeo” “colonizador”, y los demás fueron convirtiéndose en “gentes de color”. En una gradación, pensada por filósofos, literatos, científicos y etc. donde los negros, para su desgracia, fueron quedando bien abajo. Y para el siglo XVIII, si había dudas sobre si ellos eran o no otra especie, había pocas de que la enorme diferencia “cultural” con el paradigmático europeo lo colocaba en la situación de ser “esclavo por naturaleza”. En ese marco, hasta quienes, para finales de ese siglo, comenzaron a cuestionar la esclavitud, los negros no eran seres capaces de actividades autónomas. Si la esclavitud era una “mala institución” y había que eliminarla, había que hacerlo gradualmente, llevando a los negros a la civilización. Para los que no cuestionaban la esclavitud, desde luego, lo mejor para los negros era continuar bajo el dominio de sus amos, que sabían lo que era bueno para ellos, mejor que ellos mismos. De este modo, al suceder los hechos revolucionarios en Haití, el pensamiento dominante no podía siquiera pensarlos, no ya creerlos. ¿negros luchando por su libertad? Imposible; a lo sumo, se trataría de alguna conspiración, inspirada por realistas, o por jacobinos, o por extranjeros. Los sucesos haitianos ocurrían al mismo tiempo que la “gran revolución”. Pero esta no se preocupó mayormente por la suerte de los negros; en todo caso, las declaraciones del hombre y del ciudadano no habían sido concebidas para incluirlos. Finalmente, el heredero imperial de la revolución francesa envió tropas de elite para recolonizar santo domingo, las que fueron totalmente derrotadas por los negros sublevados.
y luego, el silencio. Las naciones occidentales aceptaron a regañadientes la existencia de un estado negro independiente; un siglo de penuria diplomática para que el joven estado fuera “reconocido”, lo cual no fue sinónimo del restablecimiento de relaciones comerciales con el país.
¿Y ahora, que nos dice la historia de esta revolución? Un paso rápido, una nota al pie, un nombre entre comillas: un desconocimiento absurdo. Citando nuevamente a trouillot, el problema con haití es que su revolución se liga a tres temas específicos: racismo, esclavitud y colonialismo, ninguno de los cuales ha sido, ni es, central en la historiografía occidental. Y no se piense que la historiografía latinoamericana es muy diferente: el peso de las “tradiciones” europeas es tan fuerte entre nosotros que los mismos vacíos, olvidos, silencios, pueden ser notados.
Acaso esté llegando la hora de repensar la historia “occidental” desde otras coordenadas. En primer lugar, desde acá. Pero no pienso sólo en el lugar en que nos ha tocado nacer. Pienso en las categorías desde las cuales pretendemos entender la historia. Acaso esté llegando la hora de abandonar el “efecto deslumbramiento” que las luces europeas provocan en nosotros. Pero tal vez una historiografía anti-colonial o pos-colonial no nos alcance. A la manera de Walter Mignolo, acaso habrá que avanzar hacia una historiografía “des-colonial”, liberados del “peso de las generaciones” que nos “oprime como una pesadilla”. Y hasta con el autor de estas últimas frases entrecomilladas habrá que saldar cuentas.

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