Esta mañana me enteré de la muerte del poeta uruguayo Mario Benedetti a sus escasos ochenta y ocho años de edad (hay gente que aunque viva mucho su vida nos sabe a poco) y sentí como si un trocito de mi mismo muriera con el. Nunca pude verlo en persona, sin embargo su presencia amable, de hombre bueno, camarada, con asma como yo, que me acompaña desde hace mucho tiempo, media vida. En el Instituto con apenas quince años posé mis ojos en un texto de Benedetti que formaba parte de un compendio del cuento Latinoamericano. Poco después gracias a una amiga de mi hermana escuché emocionado su cadenciosa voz en un “cassette” del recital “A dos voces” donde Benedetti unía su calidad literaria a la de la música de Daniel Viglietti. No pude asistir a su recital en el viejo Paraninfo de la Universidad pero se de la cantidad de gente que se quedó sin entrada, por fuera, y que a petición de ambos y de forma extraordinaria se les dejó entrar y sentarse en el suelo para sumarse al paroxismo colecti...