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De la megalomanía o de cómo recordar nuestro pasado: 211 años de la derrota de Nelson (I).


El 25 de julio de 1797 los navíos Theseus, Culloden, Zealous, Emerald, Seahorse, Terpsichore, Fox y la bombardera, capturada a los españoles Rayo al mando del contraalmirante Nelson atacaron la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.
Este ataque es producto de la guerra anglo española que se desarrolla entre 1796 y 1802. Gran Bretaña, una de las potencias hegemónicas del momento estaba preparándose para la primera revolución industrial que tendría lugar a inicios del XIX. Necesitaba nuevos mercados y espacios donde obtener materias primas y facilidades comerciales.
En ese contexto sus ojos se centraron en dos puntos del Imperio Colonial Español de forma particular, América Latina por un lado y Canarias por el otro. La primera se relaciona con la necesidad de buscar nuevos puntos para el comercio tras la independencia de sus colonias Norteamericanas, Canarias era un punto estratégico en las rutas entre África, América y en el camino seguido normalmente en sentido Asia (en un momento donde el comercio colonial con la India y China era cada vez más importante).
Los británicos se deciden por usar su potente flota militar y comercial para atacar diferentes puntos del Imperio Español. Unos días antes de su ataque a Santa Cruz bombardean la ciudad de Cádiz, bloqueando unos de los puertos principales del tráfico colonial español.
Los ingleses conocían de sobra las Islas, desde el mismo inicio de la sociedad colonial, en el siglo XVI, hay intensas relaciones con Gran Bretaña a nivel comercial y cultural.
El vino Canario es abundantemente vendido en las ciudades de Gran Bretaña, incluso su escritor más insigne, William Shakespeare habla de sus excelencias.
En opinión de muchos investigadores, hasta el Golpe de Estado de 1936, con el inicio de la autarquía fascista, las Islas son en gran parte dependientes en lo económico de los británicos.
Como sabemos, una de las características de toda colonia es que son lugares donde se producen materias primas y estas son exportadas a la metrópoli, en este sentido Gran Bretaña ejerce hasta bien entrado el s.XX de metrópoli económica de Canarias.
Como vemos los británicos tienen una estrecha vinculación con el Archipiélago y en este contexto llega Nelson a Tenerife.
La intención de la flotilla británica era conseguir la carga de un buque procedente de Filipinas, aunque dentro de las órdenes también estaba la de ocupar la ciudad (igual que se hizo anteriormente con Gibraltar, La Habana (1762) o Menorca).
No me voy a extender explicando los pormenores del ataque y la defensa, tan explicados en la prensa de los últimos días, que puede interesar a alguno, pero que realmente tiene poca importancia en los hechos históricos.
Solamente quiero partir una lanza en defensa de las Milicias Canarias, que junto con 110 marineros franceses fueron los responsables de la lucha y los que sufrieron principalmente las bajas.
Las fuerzas isleñas estaban formadas por el Batallón de Canarias, los Cazadores Provinciales, las milicias de La Laguna y La Orotava, los Rozadores de La Laguna, la Bandera de Cuba, Artilleros veteranos y de milicias y paisanos en general.
Las Milicias Canarias eran las únicas fuerzas disponibles en ese momento. Estaba formadas por campesinos con poca formación y con una oficialidad integrada, en su mayor parte, por alguno de los escasos representantes de las élites económicas y sociales del Archipiélago.
Las condiciones de las mismas son bastante cuestionables. De hecho cuando se pide el envío de los hombres y artillería de la milicia de La Laguna (Gracia y La Cuesta) el oficial al mando replica:
"Exmo. Señor
La gente conqe me hallo son solo veynte, y dos honvres, pues todo el resto de la Jente marchó con el Ten.te Coro.l Creac, ya ve V. Exa., q.e ni aun para el manexo, o servicio de los seis cañones tengo Jente, y aunq.e y quisiera conducirlos a la Cuesta estan la Cureñas en tan mala disposición, q.e solo de trarlas en este corto trecho se rompieron dos”.
Como recogen numerosos informes y peticiones realizadas por el propio Cabildo de la época, loas cañones (que no se pueden mover por falta de cureñas que los mantengan), las armas, las fortificaciones e incluso los uniformes no son para nada la imagen idílica al estilo Hollywood que pudimos ver en la conmemoración de hace unas semanas.
Estas milicias son las mismas que actuaron en ataques anteriores como del de Van der Doez, Hawkins o Drake, en muchos casos armados con poco más que palos y piedras.
En algún texto aparecido estos días y libros editados en los últimos años parece que fue el General Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, con una espada en un brazo y la bandera española al otro el que por si sólo se enfrentó a los hombres de Nelson. Buen ejemplo de esto es el libro “La victoria del General Gutiérrez sobre el Almirante Nelson” obra del exmilitar Juan Arencibia Torres, leído públicamente como parte de los actos en el Ayuntamiento capitalino.
Me parece destacable cómo, desde las instituciones civiles y militares de la Isla, se ha hecho un enorme esfuerzo por destacar la figura del General al mando de las milicias.
La ciudad le ha brindado una calle y una estatua, también lleva su nombre una Cátedra de la Universidad de La Laguna, incluso entre los actos de la “gesta” se incluyó una misa en su memoria.
Me sorprende como se han silenciado las acusaciones lanzadas por algunos de los contemporáneos del General Gutiérrez que le acusaban de haber permanecido recluido durante todo el combate en el castillo de Paso Alto, lejos de cualquier peligro real.
Una evidencia de esto se puede extraer del siguiente comentario, obtenido de la obra “Ataque de una escuadra inglesa al Puerto de Santa Cruz de Tenerife el 25 de julio de 1797” de Eduardo P. García Rodríguez. En ese estudio se dice que en el momento que el General Gutiérrez se decide a acercarse al muelle para ver por si mismo como “iban las cosas”:
“La presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y destrozados por la metralla de los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre que cubría el empedrado suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del teniente general. La visión debió causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la misma sufrió un "desvaído" teniendo que ser asistido por dos de sus oficiales para, apoyado en los hombros de éstos, regresar a la seguridad del fuerte”.
No se si en ese afán de rigor histórico al que tanto incidieron los autores de la “fiesta” habrán representado el desmayo del General ante los horrores de la guerra.
Rubens Ascanio Gómez (Agosto 2008)

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