domingo, 20 de julio de 2025

La fuga del Silva el Marino y el testimonio sobre el criminal coronel José Cáceres Sánchez

En ocasiones hay testimonios de crímenes que sobreviven, incluso cuando víctimas y ejecutores ya no estén. El papel del coronel José Cáceres Sánchez en las conocidas como Brigadas del Amanecer quedó descrito con detalles estremecedores por uno de los participantes en esas madrugadas en las que presos republicanos eran lanzados en sacos en el océano, frente a la costa tinerfeña. En un documento poco conocido, el patrón de estos barcos de la muerte, Antonio Martín Brito, describió el ritual de muerte y lo que pudo ver, gracias a una fuga de película.

Antonio, conocido en el pueblo como Morín, había nacido en Igueste de San Andrés en mayo de 1905 (1) y vivía en el pueblo pesquero de San Andrés. Seguramente ese entorno facilitó que se acercara al mundo del mar y a la navegación, dedicándose a la pesca, según cuenta el expediente judicial abierto contra él por los franquistas. Nunca tuvo demasiado interés por la política, más bien al contrario. El hambre y la miseria le había llevado a protagonizar diversos robos en sus años de juventud. En 1925 estuvo detenido por el robo cometido contra el comercio de Diego Cruz Rodríguez, en Igueste, con un botín de varias libras de chocolate, café, un paquete de tabaco, dos velas y cincuenta céntimos, además de varias botellas de alcohol (2). En 1935 había logrado superar los exámenes de mecánico naval (3) y esa actividad marcaría su vida a raíz de un barco, el Silva el Marino, barco propiedad de Pedro Torres Díaz, dotado con un motor marca "Bolinder", de diez caballos (4).

Con el golpe militar de 1936, parece que Antonio vio una oportunidad de mejorar su existencia, acercándose al nuevo régimen. Según el informe de Falange, de noviembre de 1939, intentó sumarse a las Milicias de Acción Ciudadana, una de las fuerzas paramilitares afectas al fascismo, aunque decían que lo habían rechazado por sus antecedentes judiciales (5). Otro informe, en este caso de la Dirección General de Seguridad, dice que “fue confidente de la guardia civil para persecución de extremistas” (6). Sea como sea, está claro que aprovecharon sus conocimientos en la navegación en la costa de San Andrés, donde tripulaba el bote ya mencionado.

Sabemos que José Cáceres Sánchez había sido una figura muy cercana a Franco, había sido militar colonial, con un papel en la Guerra de Cuba y en la Guerra de África. Apenas diez días después del golpe militar, como comandante general del Archipìélago, había ordenado crear una nueva unidad de asalto, con “individuos de reclutamiento forzoso de los Cuerpos, que reúnan ciertas condiciones” (7). Parece, según el testimonio del marino de San Andrés, que no solo fue una figura simbólica del nuevo régimen, también participó en las matanzas.

Antonio Martín dio testimonio de su experiencia, publicado en el periódico Nuestra Lucha, órgano del Partido Socialista en Murcia. Era un hombre de poco más de treinta años, pero su pelo estaba lleno de canas y su cara surcada de arrugas. Durante meses fue el encargado de manejar el llamado “barco del terror”, que desde el muelle Miller de la capital recibía a los grupos de desafortunados que iban a terminar sus días frente a las costas tinerfeñas. Entre la una y las dos de la mañana, un pelotón de falangistas llegaba en una camioneta hasta la motora, donde, “entre juramentos, sollozos y a veces gritos de angustia, salían aquellos hombres o mujeres de la población a las que las autoridades no tenían pruebas para condenar públicamente y a los que, sin embargo, los fascistas querían eliminar”. Martín señaló un responsable central, el coronel Cáceres, acompañado por “diez falangistas y a veces un sacerdote”. Es rotundo al decir que “a una orden de Cáceres, los pistoreros golpeaban a los condenados hasta hacerlos perder el sentido y seguidamente un fuerte empujón y una nueva tumba en el Atlántico”. El último crimen que presenció fue en octubre de 1937, cuando en la madrugada asesinaron a “cinco hombres ya viejos, dos mujeres y un niño de veinte días”, siendo una de las mujeres, de unos quince años de edad, abusada por el coronel Cáceres antes de su asesinato. Esa noche tomó la decisión de escapar, quería salir de la Isla y tratar de rescatar a algunas de las posibles víctimas. Habló con un minero, llamado Justo González Martínez, y acordaron organizar una fuga usando el barco que tantas vidas se había llevado (8).


Justo, también vecino de San Andrés, había comprado 180 litros de combustible y se encargó de reclutar a otros posibles fugados. Le acompañaron en esa difícil tarea otro vecino del pueblo costero, Cesáreo Carvajal, además de Mario García, Luis Alcalá Cuevas, y dos estudiantes, Luis González, hermano del que fue rector de la Universidad de La Laguna, Antonio González, y Cristóbal Lara, hijo del ministro republicano, Antonio Lara (9). La noche del 25 de noviembre de 1937, desde la playa de Las Teresitas, con pocos víveres, iniciaron una fuga que sería exitosa.

Durante diez días lograron evitar las embarcaciones gubernamentales, hasta alcanzar Agadir, en el Marruecos francés, donde llegaron como “espectros” (10). Desde allí pasaron a Orán y después lograron incorporarse a la España republicana, llegando a Barcelona el 12 de diciembre. No se sabe mucho de su destino. Cristóbal Lara, que había sido un estudiante brillante, logró sobrevivir y exiliarse junto a su padre en México, donde sería un destacado economista. Antonio Martín y Luis González fueron apresados con la caída de la República y a finales de 1939 estaban presos juntos en Fyffes. El primero había ejercido en la flotilla de vigilancia del Mediterráneo y después, desde el primer de mayo de 1938, como soldado en la famosa Batalla del Ebro, donde fue apresado en enero de 1939. Luis fue Guardia de Asalto en Valencia y allí mismo arrestado a la caída de la ciudad (11), su padre, Antonio González Reyes, entró y salió de Fyffes por sus ideales políticos, viendo como uno de sus hijos debía huir mientras el otro era forzado a ir a la guerra por los franquistas. Los dos fueron sometidos a un proceso judicial y condenados a treinta años de prisión, además del pago de sanciones que no pudieron atender por no disponer de recursos. No tengo una imagen de ellos, tampoco sé qué les sucedió después. Sé que Antonio había tenido dos hijos con una mujer de Santa Cruz con la que no se casó, Amelia y Antonio García Delgado, que en 1940 tenían catorce y siete años, quizás sigan con vida.

Militantes de las Juventudes Comunistas en La Laguna en 1936, el agachado a la izquierda, Antonio Padrón Jorge (fondo fotográfico de la familia Padrón)


Fuentes utilizadas

  1. Diario de Tenerife. 8 de mayo de 1905. p1

  2. Gaceta de Tenerife. 21 de noviembre de 1925. p1

  3. La Prensa. 7 de agosto de 1935. p3

  4. Hoy. 30 de junio de 1934. p7

  5. Informe de la Delegación de Información de Falange. Expediente del Proceso de Responsabilidades Políticas 446/1939. Causa 54/1938

  6. Informe de la Dirección General de Seguridad del 28 de noviembre de 1939. Expediente del Proceso de Responsabilidades Políticas 446/1939. Causa 54/1938

  7. Gaceta de Tenerife. 29 de julio de 1936. p8

  8. Nuestra Lucha. 26 de diciembre de 1937. p2

  9. Medina Sanabria, Pedro. Informa el delegado de Orden Público: https://pedromedinasanabria.wordpress.com/2012/02/11/informa-el-delegado-de-orden-publico/

  10. Nuestra Lucha. Op cit

  11. Certificado judicial del 14 de noviembre de 1939. Expediente del Proceso de Responsabilidades Políticas 446/1939. Causa 54/1938


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