domingo, 1 de junio de 2025

El debate entre lo público y lo laico a cuenta de las banderas de Nelson en Santa Cruz de Tenerife

Había caras de alegría ese 30 de mayo de 1936. Tras dos décadas de debates se cumplía una vieja demanda republicana, que las banderas de Nelson se llevaran al museo municipal de Santa Cruz de Tenerife.

La II República quiso lograr una mayor separación entre la Iglesia y el Estado. Diversos momentos cargados de simbolismo se dieron en esos cinco años y movieron una encendida resistencia de los sectores más conservadores. Ese mes los concejales del Frente Popular en la capital lograban que las banderas de la expedición bélica de Horacio Nelson pasaran de estar colgadas como exvotos en la iglesia de La Concepción a ser conservadas a un espacio público.

Esa alegría se volvió horror a partir de julio de 1936. Las fuerzas conservadoras fueron de la mano del Obispado de Tenerife para devolver con brutalidad lo que consideraron una afrenta. En el mes de agosto de 1939, el informe del párroco de la Concepción, Luis María de Eguiraun Corcura, colaboró activamente en el expediente de responsabilidades políticas abierto por la dictadura. En su escrito señaló que los concejales “Francisco González Trujillo y Nicolás Mingorance Pérez -como puede verse en el acta del Ayuntamiento de esta capital, de 14 de mayo de 1936- molestaron positivamente a la Iglesia laborando en pro de la incautación de bienes que legítimamente poseía esta Parroquia” (1). No olvidarían fácilmente que casi pierden su poder y los ingresos que le daban los visitantes extranjeros que acudían a la parroquia gracias a las viejas enseñas.

Y es que mucho dieron de sí estas banderas incautadas a los atacantes británicos que trataron de tomar Tenerife el 25 de julio de 1797. Eran un símbolo de una victoria a una de las principales potencias del planeta y su valor simbólico era enorme en una sociedad marcada por demasiadas crisis y derrotas. A lo largo de más de un siglo las banderas se mantuvieron colgadas y eran un punto habitual que atraía visitantes extranjeros. En 1850 el alcalde de la ciudad, José Librero, cedió una de ellas al Museo Naval de Madrid, generándose posteriormente un proceso de reclamación, ante la intención del centro madrileño de no devolverlas (2).

En los primeros años del siglo XX las ideas sobre dónde debían ubicarse estas banderas fueron tomando fuerza. En 1912 ya había un debate público sobre la ubicación y conservación de las mismas. El medio conservador, muy ligado a la Iglesia católica, Gaceta de Tenerife criticaba desde sus páginas la posibilidad de trasladar esos elementos y manifestaba que lo que “no transigimos, ni en principio siquiera, es con que puedan salir de la Iglesia las banderas que recuerdan tan glorioso triunfo” (3). Los sectores republicanos y progresistas de la ciudad llevaban tiempo demandando una mejor ubicación de estas enseñas, que no generara un deterioro o una pérdida de las mismas y ese debate había llegado al salón de plenos chicharrero.

En 1914 una mayoría del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife ya planteaba conservar esos elementos en el Museo municipal. La respuesta de la jerarquía eclesiástica fue inmediata, trasladándose ante el pleno “una comunicación del Párroco de la Concepción manifestando que no puede entregar las banderas de Nelson” (3) sin la autorización del Obispo. El republicano palmero, concejal del Ayuntamiento capitalino, Mario Arozena, fue una de las primeras voces políticas en solicitar en el salón de plenos el traslado de las banderas al Museo (4), idea que apoyaron otros ediles. Esa propuesta se dilató en el tiempo por el escaso interés del Gobierno civil y el Cabildo en la materia, que no puso el menor reparo a la hora de proteger los intereses de la Iglesia.

En este proceso intervino el exalcalde conservador, Anselmo de Miranda, que había interpuesto un recurso contra la propuesta de traslado, a pesar de que en 1893 había reconocido el riesgo que corrían las banderas en su ubicación (5).

La prensa más tradicionalista tomó un papel muy activo en esta polémica, llegando a encargar un informe jurídico sobre el derecho de la Iglesia a conservar esos elementos. En un tono abiertamente militante afirmaban que “Si alguien puede alegar ese derecho son los bravos soldados que las compraron al precio de su sangre; pero el Ayuntamiento nunca, porque aún en el caso de que tuvieran los señores concejales el valor necesario para ponerse ante los cañones ingleses, que lo dudamos (…) mal podrán demostrarlo cuando estaban todavía en la nada” (6). Uno de sus argumentos era que en esa época no se había creado todavía el Ayuntamiento de Santa Cruz, con lo que estos bienes no pertenecía a Santa Cruz, algo que hizo que el Ayuntamiento de La Laguna se interesara por la posibilidad de que las banderas les pertenecieran, al ser el espacio municipal que existía en 1797 (7). La respuesta de los medios republicanos fue igualmente contundente, es el caso de la Voz de Tenerife, que responde al “papel clerical” afirmando que “la parroquia de la Concepción carece de fundamento alguno para retener en su poderío que no conquistara ni adquiriera con sangre frailuna ni con el dinero de las benditas ánimas del purgatorio” (8).

La labor de demanda del traslado de las insignias británicas siguió saliendo en la prensa en los siguientes años, siendo uno de los portavoces de esa demanda el abogado y concejal republicano, Andrés Orozco, que llegaría a la alcaldía en 1922.

Con la proclamación de la II República la polémica sobre la ubicación y conservación de las banderas se retoma en la prensa y en el salón de plenos municipal. El semanario de izquierdas Proa decía en 1932 que “nos parece que esas banderas deben ser sacadas de aquel lugar para trasladarlas al Museo, que, tan majo nos lo están poniendo” (9). El 30 de diciembre del mismo año La Prensa publicó un extenso texto de Teodoro de Anasagasti, miembro de la Academia de las Bellas Artes de San Fernando, en el que alerta del riesgo de conservación de las banderas y explica que al visitar la iglesia, “hicimos notar —no en balde hemos andado en estos trotes profesionales, y el señor cura asintió ante la observación— aquellas banderas pueden desaparecer en un fuego el día que menos se espere” (10). Las palabras del experto tuvieron eco en la alcaldía, que días después de su publicación mostró su preocupación por las malas condiciones de seguridad y donde “intervinieron los señores Calzadilla, Fernaud, García Martín y Ramírez Vizcaya, se acordó que el alcalde se dirija al Obispo de la Diócesis, exponiéndole el deseo del Ayuntamiento, en el sentido de que dichos trofeos sean entregados al Municipio” (11).

En febrero de 1933 el debate vuelve al pleno donde se plantea la necesidad de mejorar el museo municipal e incluso crear un museo provincial donde estos elementos patrimoniales pudieran ser parte de la exposición. En ese debate se “...aprobó una propuesta del señor Ramírez Vizcaya, para gestionar de la Superioridad se dé carácter provincial al actual Museo, creando una sección arqueológica, en la que se podrían conservar dichos trofeos” (12). A pesar de lo manifestado, poco o nada se avanzó en esta materia, al menos hasta que el Frente Popular logró una mayoría suficiente en febrero de 1936.

Con la alcaldía de José Carlos Schwartz, en la sesión del 14 de mayo, “el secretario dio lectura a un oficio de la Junta Insular de Turismo, en el que dice que a propuesta del señor Martín Albertos acordó aquella entidad interesar del Ayuntamiento sean trasladadas al Museo las banderas de Nelson”. En la misma sesión el concejal Francisco González Trujillo, ya mencionado, llegó a expresar que “esas banderas fueron arrebatadas a Nelson, y nosotros se la arrebataremos al cura de la Concepción. Yo estoy dispuesto a ir a buscarlas”(13). Como veremos ahora no quedaron en el olvido de los golpistas esas frases.

Los sectores reaccionarios quisieron convertir acciones como esta en su caballo de batalla ideológica. La situación había desembocado incluso en el uso de la Parroquia de la Concepción como sede de reuniones de grupos que ya preparaban el golpe militar. Así lo expresó en el salón de plenos el concejal socialista, Pedro García Cabrera, que, ante el debate sobre la asistencia de un notario al acto de entrega de las enseñas, afirmó con ironía que “está conforme conque vaya un notario, pero para dar fe de las reuniones fascistas que se celebran en la citada iglesia, alentadas por personas que quieren alzarse contra el Poder civil” (14).

La entrega de las banderas no estuvo exenta de polémica. Según Gaceta de Tenerife, a las cuatro de la tarde del 30 de mayo “los señores González Trujillo, Mingorance, Alonso Rodríguez, el secretario del Ayuntamiento señor Fumagallo. y el encargado del Museo municipal, señor Tarquis, se trasladaron a la parroquia de La Concepción paira incautarse de las dos banderas inglesas y las dos españolas depositadas en la misma desde el año 1797 y trasladarlas al Museo municipal” (15). Como vemos, el acto fue tan significado que el diputado y periodista, Elfidio Alonso Rodríguez, quiso estar presente en el mismo. El traslado al Museo no finalizó el proceso, ya que en el mes de junio se pidieron fondos para dotarse de unas vitrinas más adecuadas y mejorar la posibilidad de conocer estos elementos (16).

Las nuevas autoridades franquistas no dejaron pasar este suceso. Algunos de los protagonistas centrales del traslado de las banderas fueron detenidos. Francisco González Trujillo ingresó en la Prisión Provincial el 23 de julio de 1936, donde permaneció hasta el día 8 de agosto, cuando por una enfermedad grave pasó a detención domiciliaria, siendo detenido nuevamente el 17 de marzo de 1937 y puesto en libertad en los primeros meses de 1939. En su expediente pesaron dos sucesos, además de su pertencia a la Logia Añaza. Uno, su denuncia contra las actitudes de Franco en la jornada del primero de mayo de 1936, y el segundo el traslado de las banderas de Nelson (17). A Nicolás Mingorance lo detuvieron también, ordenando su deportación a Villacisneros en agosto de ese año.

Informe del Párroco de La Concepción en el expediente de Responsabilidades Políticas 64/1939
Seis meses duró la permanencia en el espacio laico de estas antiguas banderas. En noviembre de 1936 el coronel golpista, Teódulo González Peral, nombrado jefe de Estado Mayor de la Comandancia General de Canarias, anunció que retornarían al templo capitalino, “de donde nunca debieron salir por "respeto a la voluntad" de los que tan gloriosamente las conquistaron” (18). Se quería hacer coincidir este acontecimiento con la visita de la Virgen de Candelaria, añadiendo otro elemento simbólico al mismo.

La dictadura dio pie a un nuevo periodo donde la Iglesia vuelve a acoger estos bienes, situación que apenas varió en más de medio siglo. En esta suma de décadas solo dos fechas rompieron la dinámica, una en enero de 1977, cuando un grupo del MPAIAC las sacó de la iglesia como parte de una acción de propaganda, y la segunda en 1988, cuando el pleno de Santa Cruz tomó acuerdo de ratificación por el que se decidió el traslado “temporal” de las insignias al Museo Militar de Almeyda (19), donde permanecen desde esa fecha en mejores condiciones de conservación.

Este episodio marcó una época donde el debate entre lo público y lo privado, lo laico y lo religioso estaba más que vivo. Los símbolos sumaban para los sectores tradicionales y también para aquellos que cuestionaban en viejo orden político y social. Hoy, aunque sea por la puerta de atrás y quitando ese elemento de laicidad, las banderas se conservan en un espacio museístico, aunque mucho se podría hablar de su mantenimiento y correcta contextualización. Más vale tarde que nunca.


Fuentes consultadas

  1. Informe del párroco Luis María de Eguiraun Corcura de 2 de septiembre de 1939. Expediente proceso de Responsabilidades Políticas número 64/1939. AHPLP.

  2. Padrino Barrera, José Manuel. Los exvotos en Tenerife. Vestigios materiales como expresión de lo prodigioso (y III). Revista de Historia Canaria, nº198 año 2016 pp 47-48

  3. Gaceta de Tenerife. 27 de julio de 1912. p1

  4. El Progreso. 6 de febrero de 1914. p2

  5. El Progreso. 5 de mayo de 1914. p1

  6. Gaceta de Tenerife. 11 de mayo de 1915. p1

  7. La Opinión. 4 de junio de 1915. p2

  8. La Voz de Tenerife. 18 de mayo de 1915. p1

  9. Proa. 6 de febrero de 1932. p3

  10. La Prensa. 30 de diciembre de 1932. p1

  11. La Prensa. 5 de enero de 1933. p5

  12. La Prensa. 2 de febrero de 1933. p5

  13. La Prensa. 15 de mayo de 1936. p1

  14. La Prensa. 28 de mayo de 1936. p1

  15. Gaceta de Tenerife. 31 de mayo de 1936. p5

  16. La Prensa. 11 de junio de 1936. p1

  17. Expediente proceso de Responsabilidades Políticas número 64/1939. AHPLP.

  18. La Prensa. 10 de noviembre de 1936. p7

  19. AMSCT. Libro de actas del 22 de abril a 16 de septiembre de 1988. Pleno 17 de junio de 1988. punto 31. pp 64 y 64bis



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