Poco podían imaginar las mascaritas que salieron a disfrutar de los bailes de carnaval de febrero de 1936, que sería la última vez que lo harían con normalidad, hasta cuarenta y un años después. Los bailes del Círculo de la Amistad, el Guimerá o los del Orfeón La Paz, fueron un gran éxito. Según las crónicas de la época no fue el más bullicioso, quizás afectado por la intensa campaña electoral que se vivía en ese momento entre las derechas y el Frente Popular, que logró una importante victoria.
El domingo 23 de febrero las rondallas habían llenado la Plaza de Toros de Santa Cruz para su prestigioso concurso.
Nijota, cronista popular del momento, mezclaba el cambio político y el carnaval, dedica unos versos a dos jóvenes que siendo una obrera y otra una acomodada se preguntan con preocupación ¿suprimirán el carnaval?. No. Ese gobierno nuevo no lo hizo.
El año 1937 fue bien distinto. En febrero las autoridades franquistas anunciaron la suspensión total de los carnavales por la guerra, pero la vecindad, en la que el carnaval habia arraigado con fuerza no podía suponer que esta suspensión temporal se convertiría en larga prohibición.
Los valores del nuevo régimen venían arropados de un ideario profundamente conservador y tradicionalista. La Iglesia católica nunca vio con buenos ojos estas celebraciones, que consideraban pecaminosas e inapropiadas. Algunos pensaban que tras la guerra volvería poco a poco todo a la normalidad, pero no fue así. En 1948 las autoridades recuerdan la prohibición total, ni en la calle ni en las sociedades..."quedando en su virtud prohibidas en la Provincia de mi mando la celebración de bailes de disfraces y otros actos de naturaleza análoga que tengan relación con los citados festejos".
Algunas entidades como el Círculo de Amistad, la Masa Coral o el Orfeón La Paz trataron de celebrar bailes de máscaras, en especial a partir de los cincuenta, siempre marcados por las limitaciones y prohibiciones publicadas a través de bandos en la prensa.
El carnaval se celebró desde el miedo y con la estrecha mirada de unas autoridades que no los veían con simpatía, siendo destacable en su recuperación el papel de las rondallas que celebraron sus concursos en la Plaza de Toros. Al mismo tiempo de ese tímido carnaval las autoridades eclesiásticas recordaban que califican las fiestas del carnaval como lo opuesto a las máximas de Jesucristo, afirmando que las máscaras nacieron por el demonio "para hundir a la humanidad en su desgracia tuvo necesidad de disfrazarse con el antifaz de una serpiente". En 1952 vuelve a la carga con duras críticas a "las almas maltrechas por tanta aberración y tanto desenfreno"...su queja tuvo éxito y en 1954 se recupera la prohibición total de cualquier celebración que recordara el carnaval, incluyendo los bailes y concursos de rondallas, desatándose una importante represión policial contra cualquier persona disfrazada.
El carnaval trata de sobrevivir entre el miedo y la clandestinidad, hasta que finalmente en 1961 se logra retomar, aunque bajo el nombre, más soportable para las jerarquía religiosa, de fiestas de invierno. La autorización deja claro que se prohíbe la presencia en espacios públicos de "personas ataviadas con trajes deshonestos o de mal gusto, especialmente que vistan con prendas o trajes de otro sexo".
Hasta 1977 el carnaval no recupera su nombre. Cuarenta y un años de represión habían pasado, pero la voluntad popular finalmente se impuso y desbordó las calles nuevamente.
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