Nacida en Santa Cruz de La
Palma en 1912, apenas tenía veinticuatro años cuando su compañero de vida,
Miguel Gutiérrez Darias, taxista y militante lagunero de la CNT en la sección
de transporte de la capital tinerfeña, fue encarcelado acusado de pertenecer a
la organización de defensa anarquista en la Isla.
El relato de Caridad es una
joya de la memoria histórica, que se salvó gracias al empeño y el tesón de dos
investigadores vanguardistas que hicieron entrevistas a víctimas de la
dictadura cuando prácticamente nadie las hacía, Ricardo García Luis y Juan
Manuel Torres Vera. Conjuntamente y en solitario atesoraron y dieron a conocer
unos testimonios muy valiosos que, por el discurrir natural de la vida y los
años, en la actualidad son casi imposibles de conseguir. Uno de ellos está
disponible en las redes sociales y será base para este artículo. Ojalá todos esos
fondos sonoros se pudieran digitalizar y preservar para el futuro, un necesario
archivo de la memoria viva de Canarias.
Voces dignas y estremecedoras que dan luz a un tiempo oscuro, que es imposible
que no conmuevan (pueden escuchar el audio de la entrevista en la sección dedicada a las fuentes consultadas).
La vida de Caridad y Miguel no
fue sencilla. Los trabajadores de esa primera mitad del siglo XX, como tantos
otros antes y después, apenas dejaron rastro en la prensa escrita del momento, siempre
dominada por las élites. Sabemos por este medio que Miguel fue uno de tantos
reclutas que marchó a las posesiones españolas en el continente africano en el
año 1928, dentro de la “sección caballería, artillería de costa, pesada, ligera
e ingenieros” (2). En esos años de servicio militar es cuando, según cuenta la
propia Caridad, se enamoran. Tienen seis años de diferencia de edad, pero el
amor es imparable.
En 1931, siendo Caridad menor
de edad, deciden darse a la fuga. Su búsqueda por las autoridades de la época
aparece en los medios (3), siendo localizados en el mes de agosto (4). La boda
se produce apenas dos meses después de ese incidente, muy probable que fuera un
desenlace obligado por las familias y precipitado por las circunstancias de sus
amoríos (5).
Caridad tiene 18 años y Miguel
25, al inicio de esos años de la II República. Su casa está llena de libros,
aunque apenas tienen estudios, ambos leen y aman los libros. En ese tiempo
Miguel se acerca a las ideas libertarias, incorporándose activamente a la CNT
donde consolida grandes amistades. Ambos participaron de huelgas y mítines, de
actos culturales y sociales de una parte de una sociedad que soñaba con un
mundo mejor.
Con la llegada de los
golpistas todo cambia. Sus libros, llenos de autores y temas prohibidos, acaban
escondidos en una cueva cercana a su domicilio de aquel momento, hasta que una
avenida de agua se los lleva. Su vida se transforma radicalmente desde que
detienen a Miguel, poco después del 18 de julio de 1936. Los días de Caridad se
volcaron en la búsqueda de alimentos para su familia y para Miguel, ya que los
que daban en prisión eran insuficientes o directamente provocaban graves
consecuencias para su salud. Estuvo cinco años
preso entre Fyffes, los barcos (el Santa Elena), capitanía y posteriormente en
Gando, donde permaneció un año. En ese tiempo su familia sobrevivía a duras
penas gracias a la solidaridad de familiares y amistades. Los días de Caridad pasaban
entre el hambre, la búsqueda de algún trabajo y las visitas a las puertas de
los presidios o en la playa de San Antonio, desde donde se divisaba el barco prisión
que retenía a Miguel y a otros cientos.
Su marido fue acusado de pertenecer
a los grupos de autodefensa de la CNT y sus captores lo sometieron con especial
intensidad a unas jornadas de torturas difíciles de imaginar. Fue trasladado en
varias ocasiones desde Fyffes a los oscuros calabozos del Palacio de Justicia
de la plaza de San Francisco: “al poco tiempo lo volvieron a llevar, estuvo quince
días alcanzado cuero, fijo, día y noche” … “querían que firmara él, él no
hablaba, él no firmaba, él no tenía nada que decir” (6), recuerda su esposa.
En septiembre de 1936 una de las causas contra Miguel, en este caso por sedición, queda sobreseída (7) por la ausencia de varios testigos claves, fugados de Villa Cisneros, según el testimonio de nuestra principal protagonista. No acaba así su situación, sigue prisionero y con castigos físicos frecuentes, para que delatara a sus compañeros y se reconociera como resistente al golpe franquista.
El miedo era constante. El
miedo a no tener comida para sobrevivir, a perder la libertad, sus medios de
vida o al ser amado. El terror en una dictadura se aplica metiendo a fuego esa sensación
constante de vulnerabilidad. Caridad conoció a muchas más mujeres en esta misma
situación, que para el nuevo régimen eran constantes sospechosas y modelos poco
adecuados al que el nuevo régimen quería promover, dedicado a la crianza y a un
rol tradicional de subordinación total al hombre (12).
Un buen ejemplo de esta
situación de desamparo la resume con la vivencia de estas dos compañeras de
sufrimiento. “Al año desapareció Gilberto y Alfonso. Las mujeres de los dos
estaban en estado, la de Gilberto dio a luz al poco de desaparecerlo a él y la
de Alfonso dio a luz también antes que la de Gilberto. Esa dio a luz y ya le
tocaba la visita, y entonces ella dice, “ay, pa que conozca a la niña”, cuando
fue sábado, a ver si se lo dejaban ver para que conociera a la niña, ya también
lo habían sacado por la noche” (13), sumándose a la lista de los “desaparecidos”
por la dictadura.
Otra forma de sufrimiento es el
de la distancia con sus seres queridos, no solo los muros de Fyffes o el
corazón del barco prisión Santa Elena, a Miguel también lo enviaron al penal de
Gando, en Gran Canaria, desde donde era casi imposible comunicarse con sus
familiares. Caridad recuerda el estado en el que vivió ese desarraigo: “casi le
tienen que cortar las piernas, lo llevaron a Gando, y en Gando se puso malo de
las piernas, se le reventaron las piernas y se le cayeron las uñas de los pies,
y acostado así en la cama, chorreándole. El color de las losetas que había en
el suelo se lo comió el líquido que soltaba de las piernas” (14).
La represión se vivía y se sentía
en distintas formas. La familia de Caridad y ella misma la notaron desde lo más
básico, igual que tantas otras familias humildes y trabajadoras. La falta de
alimento eran señales claras, un hambre intensa donde los familiares y la
solidaridad fueron claves para la supervivencia. Dice nuestra protagonista la
dificultad de alimentar a su hijo, ya que su hija había tenido que ser acogida
por otros familiares, “mi suegra cuando conseguía algún fisco de gofio, unas
sardinas saladas de esas que venían en barriles las asaba, no había aceite,
todo lo acaparó lo que tenían los capitalistas…”.
También la vivienda fue un
elemento donde la represión franquista se dejó notar. La carencia de este bien
básico fue detonante de movilizaciones históricas de buena parte de las clases
trabajadoras de la capital tinerfeña, donde la Federación Obrera y especialmente
los anarquistas jugaron un papel fundamental. Los golpistas, estrechamente
vinculados a los grandes propietarios, no desaprovecharon la oportunidad de
devolver a “los rojos” lo sucedido en la gran huelga de 1933 (15). “Como
nosotros éramos rojos, no teníamos derecho a nada, tanto poco derecho teníamos que,
a los dos meses, como el dueño era de Acción Ciudadana vino a que le pagáramos
los dos meses…y mi padre sin trabajar, mi marido preso y el otro preso, entonces
logramos conseguir un mes y se lo dimos, y él dice no, yo no quiero un mes, yo
quiero los dos. Mi madre le dijo “pero tenga piedad” y él le dijo, “¿sí?, pues
que no se meta en política” (16), siendo finalmente desahuciados en un tiempo récord
de apenas quince días.
Mientras, proseguía el vía
crucis carcelario de Caridad y Miguel. Este último es trasladado al barco
prisión Santa Elena, donde la visita estaba totalmente vedada. Las mujeres
acudían a la desaparecida playa de San Antonio para verlos “aunque sea de lejos”.
Recuerda que, aunque ella no podía ir mucho, “había algunas que iban, la madre
de uno iba, hay dios mío esa mujer hacía llorar a todas. No tenía más que ese
hijito, “hay mi Paquito, hay mi Paco, hay que te llevaron y no te volvemos a
ver más”, mire, yo tenía a mi marido, pero yo con esa mujer lloraba”. Según el
testimonio de Caridad, ese gomero, llamado Paco Santos, falleció poco después en
el penal de Gando (17).
Las muertes en prisión, a
consecuencias de las torturas, por intento de suicidio o por las nefastas
condiciones higiénicas fueron frecuentes. Hay numerosos relatos al respecto. En
este sentido el recuerdo de Caridad dice: “lo que le daban para comer no servía
pa nada, les daba hasta diarrea y todo. Una vez le pusieron en la comida una
cabeza de un toro, con cuernos y todo. Otra vez le pusieron no sé qué cosa que
les dio diarrea a todos y dice que aquello era como un río, que no daban avío”
(18). Las compañeras, madres, hermanas y otros familiares se veían obligados a
tener que llevar alimentos extra a los presos para que no sufrieran más deterioro
todavía, siendo la búsqueda de estos una auténtica odisea, al existir un enorme
racionamiento de bienes básicos y acaparamiento de las élites locales.
La victoria franquista y el
control absoluto que perciben hace que algunos presos logren abandonar antes de
lo previsto su reclusión. En ese tiempo Miguel fue nombrado como Secretario de Organización
de la CNT en la clandestinidad. En 1940 se le conmuta la pena de
veinte años por la de seis años y un día de prisión mayor, recuperando una
libertad condicional y permanentemente vigilada por las autoridades franquistas.
Convive hasta su muerte, en 1974, con su compañera y familia, manteniéndose
firme en sus convicciones y esperanzas de un mundo mejor (20).
La vida de Caridad fue como la
de tantas otras mujeres republicanas, que pensaron que un mundo mejor era posible,
pero que debieron adaptarse a un encierro casi infinito. Por suerte, gracias a
esos valientes primeros estudios de la memoria colectiva, su voz todavía puede
resonar en nuestras conciencias para hablar de una realidad que todavía retumba
en el presente. Honor y gloria a su memoria y a su legado.
Fuentes consultadas
1. Recuerdos libertarios. Entrevista de Ricardo García Luis y Juan Manuel Torres Vera a Caridad Pérez: https://www.youtube.com/watch?v=LKStW5flEQY
2. La Prensa. 13 de marzo 1928. P5
3. Gaceta de Tenerife. 4 de julio 1931. P1
4. Gaceta de Tenerife. 28 de agosto 1931. P1
5. Gaceta de Tenerife. 3 de septiembre 1931. P2
6. Recuerdos libertarios. Op cit.
7. Gaceta de Tenerife. 1 de septiembre 1936 p2
8. García Luis, Ricardo. Crónica de vencidos. La Marea. 2003
9. Ascanio Gómez, Rubens. El Palacio de Justicia de San Francisco, espacio para Memoria Democrática de la tortura franquista: http://latadelgofio.blogspot.com/2022/02/el-palacio-de-justicia-de-san-francisco.html
10. Recuerdos libertarios. Op cit
11. Idem
12. González Perez, Teresa. Mujeres republicanas y represión en Canarias (1936-1939). XIV Coloquio de Historia Canario-Americana (2000) (págs. 1763-1778).
13. Recuerdos libertarios. Op cit.
14. Idem
15. Ascanio Gómez, Rubens. La carestía de vivienda en Tenerife y la gran huelga de inquilinos de 1933, a los ojos de la prensa burguesa: http://latadelgofio.blogspot.com/2023/07/la-carestia-de-vivienda-en-tenerife-y.html
16. Recuerdos libertarios. Op cit.
17. Idem
18. Idem
19. Gaceta de Tenerife. 26 de febrero 1937. P2
20. Caridad Pérez Sánchez: Recuerdos Libertarios (I). Tenerife 1936: https://www.elpaiscanario.com/caridad-perez-sanchez-recuerdos-libertarios-i-tenerife-1936/