jueves, 12 de enero de 2012
Los meados del planeta
Me parece demoledora la imagen de esos marines americanos meándose sobre varios cadáveres de milicianos talibanes. Es una escena cruda que hasta los medios de comunicación occidentales, tan poco dados a este tipo de flagelaciones, han tenido que hacer pública. A través de esta rendija descubrimos un poco del lado salvaje de esos chicos altos y rubios entrenados por el imperio americano, esos que casi siempre son los buenos de la película.
Occidente, tan dado a la autoalabanza y a venderse una falsa imagen de democracia, seguridad y prosperidad, se desenmascara en estas ocasiones. Ese lado brutal del ser humano, lleno de odio, es el que nos suelen contar en la tele casi sin inmutarse. Un odio que en las pantallas tiene siempre rostro humilde, protagonizado por habitantes de países que el capitalismo califica fríamente como pobres, subdesarrollados o tercermundistas, un odio que ahora salpica de lleno en la cara del Tío Sam.
No, no es el único ejemplo de esa brutalidad que nos habita, ni siquiera el mejor. Hace pocos días casi ha pasado desapercibido el asesinato con un coche bomba de un profesor universitario iraní sólo por haber participado en el programa nuclear en el país de los persas. No es el primero de una lista que suma una muerte más ordenada en algún oscuro despacho de occidente, otra ejecución que ha sido recibida con enorme tranquilidad por los democráticos líderes occidentales. Otro de esos “asesinatos buenos” para los que dirigen el mundo, como el de un guerrillero colombiano o el de un dictador musulmán que no quiere vender el gas barato.
En estos tiempos, en los que las brutalidades del genocidio de Ruanda vuelven a los noticiarios por la investigación del gobierno francés, nadie parece acordarse de que también Europa miró para otro lado ante un conflicto que ella misma fomentó por sus intereses coloniales. Créanme que los machetes que mataron a miles de Tutsis no se fabricaron en África.
Esos hombres y mujeres de piel oscura asesinados, aplastados, despedazados lo son con armas hechas en occidente. Son las armas vendidas por blancos impolutos de traje caro, incluso algún ministro o presidente, el ministro de Defensa español sabe bien de que les hablo. Al final, de esa sangre y carne de pieles morenas, crecen sólo billetes verdes y morados que sirven para seguir pagando la hermosa fábula de blancos pacíficos, democráticos y buenos que les gusta vender.
El occidente que se chuta una imagen edulcorada y en tecnicolor de si mismo se quita la careta en días como estos, la pena es que la mayoría está demasiado ocupada comiéndose las cotufas de esta mala película, como para darse cuenta y salir cabreado de la sala.
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