En el año 1802, hace justo 212
años, el viajero francés J.B. Bory de Saint-Vicent visitó las Islas Canarias y
dejó sus vivencias en un texto denominado “Viaje a las cuatro principales islas
de los mares de África”.
En una de sus páginas el viajero describe una excursión
a un valle de la costa Sur de Anaga, posiblemente San Andrés, dejándonos un duro
retrato de la vida de nuestros antepasados hace unas pocas generaciones, un tipo
de texto que me conmueve y que además suele escasear en las historias de viajeros,
más preocupados de las fiestas, los sucesos curiosos y las costumbres de la
alta sociedad isleña, que de la vida de los humildes. Sin pretenderlo el
viajero francés hace un relato sobre la miseria con una fría descripción de un
niño de Anaga del siglo XIX. El texto dice lo siguiente:
“Detrás de Cadet vimos llegar un
niño, negro como un indio, que venía a buscar la botella; un mal sombrero le
cubría la cabeza, no llevaba más vestido que una camisa sucia. Aunque todo lo
más de dos años de edad, corría sin zapatos sobre las lavas agudas que nos
herían a través de nuestras buenas suelas; parecía no saber hablar, porque no
hizo la menor tentativa para hacerse entender por nosotros, ni para responder a
las preguntas que le hicimos, y que pusimos a su alcance. Sentándose
tranquilamente cerca de nosotros, sin mirarnos apenas hizo caso de media
galleta que le dimos; la guardó sin embargo, pero sin manifestarnos
agradecimiento”.
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