En un momento del I Congreso de
Alfarería Popular Canaria, celebrado en La Guancha en 1983, mi abuela tomó una
fotografía en la que se ve juntos a Guadalupe Niebla, Adela, Dorotea y Panchito
de la Atalaya, algunos de los últimos representantes de la alfarería tradicional
canaria, un oficio artesano con más de 2500 años de historia en las Islas. Es
una imagen triste y hermosa a la vez, tomada en un momento incipiente de búsqueda
de nuestra identidad que simplemente pasó.
Hoy los oficios artesanales
canarios mueren al ritmo en el que desaparecen los artesanos y artesanas, sus
vivencias y experiencias. Hoy las obras de estas alfareras, igual que las de
los cuchilleros, tejedores, cesteros… serían objeto de verdadera admiración en
cualquier sociedad que se tuviera un mínimo de respeto a si misma, por
desgracia la mayor parte de nuestro pueblo ni sabe de quién se trata, sin conocer
que hace apenas 100 años eran objetos básicos para la vida campesina, que
incluso eran exportados a América y a Europa por su calidad.
La artesanía se ha convertido en
un oficio maltratado, en un elemento exótico que queda bien en las fotos
oficiales más que en una actividad económica viable en una tierra que recibe
cada año millones de turistas, que desconocen por completo nuestra realidad, lo
mismo que le ocurre al canario medio.
En las costas isleñas los garitos
de souvenirs ofrecen trajes de flamencas, lagartos de fibra de vidrio made in
China, imanes de nevera o pingas de madera para abrir cervezas, nada auténtico
asoma por sus estanterías, rendidos desde hace años a las baratijas importadas.
El Gobierno de Canarias mira para otro lado, es un tema que no entra en su
economía de mercado y su mentalidad intermediaria. Las taras, las mantelerías o
las pintaderas hechas en China se venden con total impunidad, demostrando realmente
que su apuesta está en el apoyo a los importadores, no la defensa de lo propio.
Ninguna marca distingue a los productos
artesanales, ninguna campaña o acción trata de evitar estos malos usos de
nuestra identidad. Si te copian tus figuras o los elementos que nos identifican como
pueblo simplemente te mirarán con cara de pena, la misma cara con la que se
mira a los últimos ejemplares de una especie condenada a la extinción. Precisamente
hace unos años me enteraba como esa “política identitaria”, tan del gusto de CC,
se dedicaba a importar timples de Valencia o talegas herreñas de Argelia para
cubrir sus eventos sociales.
La artesanía canaria, aislada,
sin colaboración mutua ni apoyo político, irá quedando relegada a las ferias de
artesanía. Hombres y mujeres cada día con más canas demostrarán sus oficios
hasta que se extingan, desesperados por encontrar un relevo que no llega.
Muchos optarán por reorientarse al mundo del arte o la decoración internacional,
la mayoría simplemente se rendirá, dejando más y más hueco a las baratijas que
indican que donde había un pueblo digno y laborioso, solo quedará, si no lo
impedimos, fibra de vidrio y plástico, unos tristes códigos de barras sin
personalidad.
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