lunes, 12 de agosto de 2013

La muerte del artesano

En un momento del I Congreso de Alfarería Popular Canaria, celebrado en La Guancha en 1983, mi abuela tomó una fotografía en la que se ve juntos a Guadalupe Niebla, Adela, Dorotea y Panchito de la Atalaya, algunos de los últimos representantes de la alfarería tradicional canaria, un oficio artesano con más de 2500 años de historia en las Islas. Es una imagen triste y hermosa a la vez, tomada en un momento incipiente de búsqueda de nuestra identidad que simplemente pasó.

Hoy los oficios artesanales canarios mueren al ritmo en el que desaparecen los artesanos y artesanas, sus vivencias y experiencias. Hoy las obras de estas alfareras, igual que las de los cuchilleros, tejedores, cesteros… serían objeto de verdadera admiración en cualquier sociedad que se tuviera un mínimo de respeto a si misma, por desgracia la mayor parte de nuestro pueblo ni sabe de quién se trata, sin conocer que hace apenas 100 años eran objetos básicos para la vida campesina, que incluso eran exportados a América y a Europa por su calidad.  
La artesanía se ha convertido en un oficio maltratado, en un elemento exótico que queda bien en las fotos oficiales más que en una actividad económica viable en una tierra que recibe cada año millones de turistas, que desconocen por completo nuestra realidad, lo mismo que le ocurre al canario medio.
En las costas isleñas los garitos de souvenirs ofrecen trajes de flamencas, lagartos de fibra de vidrio made in China, imanes de nevera o pingas de madera para abrir cervezas, nada auténtico asoma por sus estanterías, rendidos desde hace años a las baratijas importadas. El Gobierno de Canarias mira para otro lado, es un tema que no entra en su economía de mercado y su mentalidad intermediaria. Las taras, las mantelerías o las pintaderas hechas en China se venden con total impunidad, demostrando realmente que su apuesta está en el apoyo a los importadores, no la defensa de lo propio.
Ninguna marca distingue a los productos artesanales, ninguna campaña o acción trata de evitar estos malos usos de nuestra identidad. Si te copian tus figuras  o los elementos que nos identifican como pueblo simplemente te mirarán con cara de pena, la misma cara con la que se mira a los últimos ejemplares de una especie condenada a la extinción. Precisamente hace unos años me enteraba como esa “política identitaria”, tan del gusto de CC, se dedicaba a importar timples de Valencia o talegas herreñas de Argelia para cubrir sus eventos sociales.

La artesanía canaria, aislada, sin colaboración mutua ni apoyo político, irá quedando relegada a las ferias de artesanía. Hombres y mujeres cada día con más canas demostrarán sus oficios hasta que se extingan, desesperados por encontrar un relevo que no llega. Muchos optarán por reorientarse al mundo del arte o la decoración internacional, la mayoría simplemente se rendirá, dejando más y más hueco a las baratijas que indican que donde había un pueblo digno y laborioso, solo quedará, si no lo impedimos, fibra de vidrio y plástico, unos tristes códigos de barras sin personalidad.      

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