La colocación de una
placa en memoria de un policía fallecido en acto de servicio en el
año 1978 en La Laguna me genera bastantes dudas.
La muerte de un ser
humano es en si misma terrible, algo que éticamente rechazo, pero
recordar públicamente a un policía franquista destinado a Canarias
tampoco me genera la más mínima simpatía, una persona que en
ningún caso fue una víctima buscada sino fruto de un trágico
accidente, sin olvidar la presencia en el acto de la AVT,
organización conocida por su claro carácter ultra, algo que tampoco
me da demasiada confianza sobre el sentido de este acto.
Hasta donde se no se ha
tomado ningún acuerdo sobre este homenaje a nivel municipal y más
bien parece que se trata de una acción unilateral apoyada por el
portavoz del PSOE lagunero. Una manera de mostrar su posición
ideológica y de paso meterle una puñaladita cariñosa a sus socios
de gobierno, que no es que tengan una posición crítica con estos
asuntos, más bien ciertos problemas de prensa sobre esta cuestión.
La tibia transición
política no acabó con el franquismo recalcitrante que durante casi
cuarenta años dominó de forma salvaje el Estado español y apenas
supuso cambios en las fuerzas de represión. En el momento de la
muerte de este policía faltaba todavía un año para la celebración
de las primeras elecciones locales democráticas, manteniéndose
intactas las estructuras de poder caciquiles del franquismo, tampoco
el fiasco de la Constitución había sido aprobada, ni las
direcciones políticas y militares de la fuerzas de orden había
sufrido el más mínimo cambio. Que mejor imagen de la época que la
que los antiguos camisas azules que apenas unos años antes saludaban
con el brazo extendido, que ganaban las elecciones generales bajo el
nombre de UCD. Por cierto muchos de ellos recalaron finalmente en el
PP, como el ínclito Martín Villa.
La realidad canaria de
ese momento, como casi siempre, era dramática. Recordemos que en la
década anterior se había producido uno de los episodios de
emigración más grandes de nuestra historia, mientras que las costas
se iban llenando de cemento y de poderosas empresas turísticas
extranjeras, mientras que el resto de la economía languidecía. El
creciente movimiento obrero y el resurgimiento de un importante
sentimiento nacional en nuestro pueblo fue reprimido duramente. En
ese mismo año de 1978, en las altas esferas del Estado se organizaba
y financiaba, como ha quedado demostrado judicialmente, un intento de
asesinato a uno de los dirigentes más destacados del independentismo
canario, Antonio Cubillo.
La policía de esa época
sumaba al tufillo fascista una larga lista de militantes de
organizaciones sociales, sindicales y de izquierdas que habían
sufrido torturas e incluso la muerte. En Tenerife, apenas dos años
antes, asesinaban en los sótanos del Gobierno Civil al militante
comunista Antonio González, en el 22 de septiembre de 1976 33
disparos atravesaban la puerta de la casa del independentista
Bartolomé García Lorenzo en Somosierra, acabando con su vida, solo
tres meses antes de este incidente acribillaban en las escaleras de
la universidad al estudiante Javier Fernández Quesada. Ninguno de
esos policías pagó por esos asesinatos, incluso José Matute,
comisario responsable del asesinato de Antonio González y acusado de
dejar casi muerto al militante de la Liga Comunista Revolucionaria,
Manuel Trujillo Ascanio, recibió el perdón y siguió ejerciendo sus
brutales actividades en diversas comisarías del Estado español.
Seguramente lo que digo
sea políticamente incorrecto, pero es probable que el lado que he
elegido de la vida me haga tener una saludable alergia a los
uniformes, especialmente cuando uno, como tantos otros compañeros y
compañeras, ha tenido que aguantar arbitrariedades de todo tipo de
algunos uniformados simplemente por actuar en esta sociedad con un
poco de crítica, pero que cada uno ocupe su lugar en el lado de la
barrera.
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