sábado, 7 de diciembre de 2024

Los treinta y tres años sin luz del republicano Pedro Nolasco Perdomo Pérez


En abril de 1969 algunos en el barrio de La Isleta, en capital de Gran Canaria, pensaron que habían visto un fantasma. Un hombre de piel extremadamente blanca, un pelo lleno de canas se dirigía a paso lento a la comisaría. Era Pedro Nolasco Perdomo, un republicano que había permanecido escondido por sus once hermanas durante treinta y tres años.

Para la mayoría, Pedro había desaparecido de la faz de la tierra poco después del golpe franquista. Unos lo daban por muerto, otros creían que había logrado huir a Venezuela o a Francia. Se equivocaban. A él lo salvaron once mujeres valientes, que durante esas más de tres décadas lo protegieron, lo ocultaron y lo alimentaron. Él mismo recordó esto en una de las entrevistas que le hicieron: “Mi hermana, pobre de ella, las pasó negras para alimentarme y, sobre todo, tenerme escondido. Pero le ayudaban mis otras hermanas”

Pedro, igual que sus hermanas, había nacido en Haría, en Lanzarote, en 1906. Su familia quiso escapar del hambre y la sed, lo hicieron emigrando a la capital de Gran Canaria, donde con más de veinte mil personas más hicieron crecer el barrio isletero, al calor del Puerto de la Luz.

En su juventud fue chófer de guaguas y parece que tuvo un papel activo en la vida política republicana. En 1935 lo eligieron vocal del Comité Ejecutivo del Partido Socialista de Las Palmas. Los golpistas lo señalaron como participante de uno de los intentos de resistencia que se desarrollaron el 20 de julio en La Isleta, eso lo sentenció, aunque él ya estuviera escondido. Sabían bien lo que les pasaba a los que eran capturados. Su hermana Catalina dejó un testimonio de lo que vivieron en esos primeros meses “cogieron a muchos. Yo vi una noche una camioneta cargada con diecinueve hombres, pobrecillos, estuvieron dando vueltas con ellos por La Isleta y después se los llevaron a una sima para tirarlos vivos desde allí. No los mataban, no, los echaban vivos”. El miedo era una realidad palpable y duró muchos años, demasiados.

Los primeros días se escondió en casa de su hermana Antonia, que tenía una pequeña tienda y un gallinero. De allí tuvo que salir por la denuncia de un vecino, ya que había una recompensa de dos mil pesetas por su captura. Después de eso encontró un escondite entre fardos de alfalfa de su hermana Catalina, en La Angostura. Más tarde tuvo que buscar refugio en casa de su hermana Manuela. Ella logró esconderlo mejor, así estuvo más de quince años. Su hermana le contó a los investigadores Manuel Leguineche y Jesús Torbado que “abrió un hoyo y puso un bidón dentro, en el patio; y luego hizo un hueco en la pared, un hueco muy pequeño, y cuando sentía un vecino que entraba mi hermano se metía allí y ella ponía un cajón con una cocinilla delante”. Su sobrina, Francisca Soto Perdomo, dio testimonio de ese tiempo muchos años después, recordando a su tío como “una persona muy buena, que fumaba mucho y que estaba muy blanquito porque nunca veía el sol".

La persecución de las fuerzas franquistas no se detuvo en ese tiempo, sufriendo frecuentes registros de las casas de las hermanas Perdomo. Su hermana Manuela falleció. Otras de sus hermanas, Antonia y Eloína, fueron a buscarlo de noche y lo llevaron a escondidas a casa de otra de ellas, Rafaela, en el número 31 de la calle Alcorac. Allí estuvo dieciséis años más, hasta 1969, en un pequeño cuarto cerrado, apenas de un metro por dos, con un ventanuco tapado con periódicos, dentro, “un somier, una pila para el agua, un transistor, una cocinilla de las antiguas de petróleo, una sartén y algunos objetos más”. Revistas y periódicos viejos también fueron de gran ayuda en ese encierro, aunque la falta de luz hizo que perdiera buena parte de su vista. Allí, sin ver el sol, casi siempre en silencio, permaneció oculto del mundo, tanto es así que de los ocho sobrinos que crecieron en esa casa solo uno supo de su existencia.

Su salud se resintió. Tenía asma y a pesar de ello fumaba bastante en un ambiente poco saludable, en algún momento pensaron que no lo resistiría y ni así descubrieron al mundo su secreto. Su hermana contaba que “una vez se miró a un espejo y cayó como muerto de verse tan delgado y tan blanco”. El propio Pedro reconoció que en algún momento su mente se quebró, diciendo que “estuve un poco "ido" de la cabeza. Yo no diría que loco, pero sí con el conocimiento perdido y hablando solo. Recaí varias veces”.

Este topo canario solo volvió a la vida tras saber del decreto de marzo de 1969, donde por los treinta años del fin de la guerra, se declaraba la amnistía de todos los implicados en sucesos anteriores al 1 de abril de 1939. En esos días se habían conocido varias historias como la de él, una de ellas, la del exalcalde de Mijas, Manuel Cortés, que salió a la luz varios días antes que él. Eso le dio valor a Pedro para finalizar ese encierro en vida. Como plasmó en una columna España Republicana, uno de los periódicos de los exiliados, los hombres que optaron por esconderse, "prefirieron condenarse de por vida a prisión a caer asesinados por las bandas falangistas".

La libertad recobrada le trajo muchos reencuentros emocionados, entre abrazos y lágrimas. Algunos de sus sobrinos lo conocieron ese día. Había perdido su vida normal con solo treinta años, un joven socialista, con novia y un mundo por delante... ahora tenía sesenta y tres, solo sus hermanas y algunos sobrinos sabían de su historia. Trató de recuperar el tiempo perdido, buscar un trabajo para compensar tantos años de cuidados donde él no pudo aportar nada, mientras sus hermanas se quitaban de la boca la poca comida que llegaba a sus hogares. No lo logró. Sus últimos años estuvieron marcados por la mala salud y una sociedad que todavía convivía con el miedo.

El 9 de diciembre de 1974 su corazón se paró para siempre. Falleció todavía con la dictadura viva, la misma que le tuvo aprisionado por el miedo, la misma que tardó tanto en olvidar sus rencores. No pudo ver como, años después, algunos antiguos compañeros de ideales lograrían recuperar parte de la normalidad que a él le arrebataron. Su historia y las de las once valientes mujeres que se jugaron su existencia protegiéndolo, merece ser contada y recordada.

Fuentes consultadas

La Prensa. 3 de marzo de 1935 p5

TORBADO, J. y LEGUINECHE, M. (1978): Los topos. Editorial Argos. p95-100

Media vida escondido en un zulo. La Provincia: https://www.laprovincia.es/las-palmas/2020/09/14/media-vida-escondido-zulo-10675544.html

González-Sosa, Pedro. 33 años oculto en su casa. El Eco de Canarias. 20 de abril de 1969 p24-25

España Republicana. 1 de mayo de 1969 p5

Bienmesabe: Revista digital, 19 de mayo de 2013. p6

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