Seamos sinceros, lo del domingo en Grecia fue un golpe de
los mercados en toda regla. La posibilidad de que la verdadera izquierda ganara,
aglutinada en torno a Syriza, levantó la
furia neoliberal. Por boca de sus voceros se auguró todo tipo de males para Grecia en el
caso de cometer el grave pecado de votar a una organización política “no
autorizada” por el capital.
Si nos quedaba alguna duda, ahora nos queda más claro que
vivimos una democracia absolutamente supervisada para mantener intacto el capitalismo.
Con ellos todo, contra ellos nada parecen decir los titulares periodísticos que
saludaron la victoria de la derecha griega, la del mismo partido que provocó el
desastre económico, político y social que ha dejado al país heleno en bancarrota.
Ahora los corruptos son los salvadores, todo vale mientras
se evite que los militantes de izquierda, ecologistas, feministas,
internacionalistas… entren a ensuciar sus alfombras con nuevas ideas y
propuestas. A pesar de los anuncios apocalípticos un 26% de los griegos votó
con esperanza e ilusión en un cambio que, por desgracia, no ha sido posible. No
se que hubiese pasado de haberse dado otro resultado, probablemente ahora
tendría más motivos aun para escandalizarme.
No es nuevo, en su democracia plástica sólo se admite elegir
y pensar en una estrecha franja de pensamiento que sólo puede moverse unos
pocos milímetros de eso que ellos consideran centro. Por eso aplauden con las
orejas esas posibles uniones de socialdemócratas y demócratas liberales,
jugando al capicúa político, para salvar Grecia, a mayor gloria del gran
capital.
Esto no es nada nuevo, sólo que antes solía pasar en eso que
conocemos como Tercer Mundo. Recuerdo bien como viví las elecciones argelinas
en las que ganaron los islamistas del FIS con una importante mayoría. A Francia
y al resto de potencias europeas la decisión del pueblo se la trajo al pairo directamente,
en apenas 24 horas articularon un golpe de estado que borró de un plumazo la
decisión soberana de los argelinos y hundió el país en una guerra civil brutal,
de la que Europa sólo se preocupó de limpiarse los pies frente a las pateras de
refugiados, devueltos de manera inmisericorde al avispero creado por ellos
mismos.
Mientras Merkel parece sacarle brillo en Europa a ese lema
nazi que recibía a los judíos y otros “indeseables” políticos y sociales que decía
Arbeit macht frei, “el trabajo
les hará libres” en el la cuna de la democracia la soberanía popular languidece, a punto de ser sustituida por una
simple y gris gestoría, ¡para que más!.
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