domingo, 9 de febrero de 2025

Acciones de recuerdo a las víctimas del franquismo en Canarias durante la primera década de la democracia

El anuncio de los actos por el cincuenta aniversario de la muerte del último dictador español ha generado el enésimo debate público sobre la memoria colectiva del pasado. Sucede casi noventa años después de un golpe militar que quebró la democracia y cincuenta después de morir la cara más visible de la dictadura. Si estos eventos han generado una ola de declaraciones airadas, desde sectores a los que de forma muy evidente les molesta profundamente que este tema se trate, imaginémonos lo que vivieron los que en los primeros años de la Transición empezaron a hablar de este tema.

Y es que mucho antes de la Ley de Memoria histórica, en unas condiciones muy difíciles, en Canarias se iniciaron las primeras acciones de recuerdo y homenaje a las víctimas de la dictadura y sus familiares. Lo hicieron en un momento donde algunas heridas estaban especialmente frescas y en el que los herederos de los golpistas seguían campando a sus anchas, pero era evidente que era una necesidad hacerlo. El ejercicio de recordar, tras tanto tiempo de olvido forzado, se convirtió en una necesaria.

Durante la dictadura, por razones obvias, el recuerdo de las víctimas fue silenciado, una cosa que en ocasiones ni se trataba en los hogares que vivieron esto en primera línea. Muchos hijos y nietos se criaron sin saber lo que sus familiares habían sufrido, o las causas de la muerte de sus antepasados. Las pocas obras literarias o históricas que trataban esta parte de nuestro pasado se publicaron en otros países. Fue el caso de la novela El Barranco, de Nivaria Tejera, hija del republicano lagunero, Saturnino Tejera, que se publicó en Francia en 1958 o del libro La Prisión de Fyffes, de José Antonio Rial, editado en su exilio venezolano en 1969. Las primeras publicaciones en Canarias debieron esperar hasta 1978, cuando Juan Rodríguez Doreste, antiguo preso en Gando y militante histórico del socialismo canario, publicó Cuadros del Penal. En 1980 salió a la luz la obra del profesor Oswaldo Brito, Historia del movimiento obrero canario, donde se ofrecían algunos datos de las consecuencias de la dictadura y la Guerra Civil en el Archipiélago. En 1985 se editó la obra La represión franquista en El Hierro, de Miguel Ángel Cabrera Acosta, Un año después vendría El Fogueo, una de las obras esenciales de la memoria histórica de Canarias, de Ricardo García Luis y Manuel Torres Vera. De esta etapa, resulta llamativo el anuncio de las memorias en las cárceles franquistas de Francisco García García, presidente del Cabildo de Gran Canaria en 1936, anunciadas para una “próxima publicación” en 1978, con prólogo del profesor Jacinto Alzola, otra víctima de estos penales,...que hasta donde he podido averiguar todavía no han salido a la luz.

En la década posterior a la muerte del dictador todavía muchos protagonistas de lo sucedido en julio de 1936 estaban vivos. Peinaban canas, pero guardaban en su recuerdo lo vivido, igual que sus familiares. La memoria colectiva de esa etapa había sido ocultada durante demasiado tiempo. Las víctimas tuvieron que esconder su dolor y su rabia durante más de cuatro décadas, los únicos homenajes en esos años fueron para los que había colaborado con la quiebra de la democracia.

Fueron actos valientes, en una sociedad con un miedo todavía fresco, donde las autoridades policiales o de la justicia enraizaban con el anterior régimen, que solo cambiaban el color de sus uniformes. En esos homenajes lograron romper cuatro décadas de silencio y además permitieron cierto nivel de curación personal.

Florencio Sosa Acevedo
El PCE es una de las organizaciones que promoverá este tipo de eventos de memoria en una etapa más temprana. El 6 de noviembre de 1977, apenas siete meses después de su legalización, organizaron junto a colectivos sociales del Puerto de la Cruz un homenaje al exalcalde republicano y diputado comunista, Florencio Sosa Acevedo. A este acto acudió su emocionada viuda, Josefina Badalona Reos. No será el único momento de esa etapa donde las viudas de los fusilados y desaparecidos ocuparán un papel destacado, evidenciando algunos de los sucesos más brutales del anterior régimen.

El 26 de enero de 1978 fue la CNT la encargada de hacer un homenaje, con motivo del 41 aniversario del fusilamiento de diecinueve militantes anarquistas, acusados de tratar de resistir al golpe militar. Lo harán con un grupo de unas treinta personas en las puertas de la antigua prisión de Fyffes, que en ese momento eran unos salones abandonados en la capital tinerfeña. Algunos familiares y compañeros de los fusilados estaban presentes, según el relato plasmado en el artículo dedicado a este tema en la segunda etapa de En Marcha. No pudieron dejar una placa en la fachada de la vieja prisión, solo una bandera roja y negra, unos ramos de flores y una pintada sobre los muros del penal que decía “muertos por la libertad”. Después de eso, según la crónica periodística, “se marchó hacia el cementerio y también se rindió homenaje en el lugar donde antiguamente fueron enterrados los cadáveres, que en la actualidad ha desaparecido todo rastro y no se sabe dónde pueden encontrarse”.

El 6 agosto de 1979 será el turno de Las Palmas de Gran Canaria, donde militantes socialistas y comunistas rindieron un recuerdo público al diputado comunista, Eduardo Suárez, y al farmacéutico del PSOE, Fernando Egea, fusilados por los franquistas. Se congregaron en las tumbas de estos dos líderes sociales y escucharon las palabras de Felo Monzón, que recordó que junto a ambos “cayeron miles de trabajadores. También a ellos dedico estas frases de dolorido reconocimiento. Son muertes que no olvidaremos jamás”.

Otra fecha muy significativa de esta primera etapa fue la del 10 de noviembre de 1984. En esa jornada se vivió en los salones del Hotel Mencey de Santa Cruz un encuentro histórico, donde se dieron cita militantes de las distintas organizaciones republicanas que pasaron por las prisiones franquistas. En ella se reencontraron unas trescientas personas, antiguos presos y familiares de algunas de las víctimas de las desapariciones de la dictadura. Ese día fue posible gracias a la colaboración del exsenador socialista, Ramón García Rojas, el exprofesor de la Universidad de La Laguna, Jacinto Alzola Cabrera, el abogado Luis Martín Fernández y Enrique González Camacho, que junto al veterano comunista, Juan Pedro Ascanio García, que se encargaron de la organización. Este acto, el más masivo de la etapa, prestó especial atención a las mujeres de los presos y desaparecidos, dando un homenaje a dos de las viudas de desaparecidos, concretamente la de los exalcaldes de Santa Cruz y Buenavista, José Carlos Schwartz y Antonio Camejo. El propio Juan Pedro Ascanio resumía el acto y su mirada sobre el papel de las mujeres, en que “quizás pudiera ser el primer homenaje público a la mujer española que sufrió la guerra”, proponiéndose en el mismo la elaboración de placas que recordaran a estas víctimas, a veces no tan visibles, de la guerra y la represión.

A modo de cierre de esta etapa podríamos poner el cincuenta aniversario del inicio de la Guerra Civil, en septiembre del año 1986, que sirvió de marco en el que rendir un homenaje a víctimas como el palmero José Miguel Pérez. Con esa ocasión, el PCE colocó una placa cerca de la fosa común del cementerio de Santa Lastenia, en la capital tinerfeña. En ella se decía “este lugar fue fosa común de los fusilados durante la Guerra Civil 1936-39 en Santa Cruz de Tenerife. En su memoria. A los 50 años y para que ¡nunca jamás! Se repitan tales hechos”. Este homenaje se repitió en La Palma, colocando una placa en su casa natal, que posteriormente fue retirada con cierta polémica.
Homenaje a José Miguel Pérez en Santa Lastenia

Estos primeros intentos de rescatar la memoria de un auténtico trauma colectivo, una acción reconocida y realizada por muchas otras comunidades, hechos con valentía y a veces con cierto miedo, iniciaron un camino que a día de hoy parece difícil de desandar, aunque no imposible. Sin estos esfuerzos hubiéramos perdido muchos testimonios fundamentales de ese pasado, que a pesar de las restricciones, dejaron sus huellas en la prensa de la época y en un cierto interés por esa etapa de la historia reciente que ha generado numerosos trabajos y estudios posteriores. Casi treinta años después de la muerte del dictador aparecieron, ya sí, leyes para democratizar los espacios públicos y rendir tributo a quienes sufrieron la brutal represión desatada por los golpistas. El miedo seguía vivo y todavía resiste el paso del tiempo, de familias que pasadas muchas décadas no quieren nombrar a sus familiares que estuvieron presos, de víctimas que nunca nombraron a sus torturadores, aunque llegaron a vivir los primeros años del siglo XXI. No solo eso, vemos como algunas fuerzas políticas van más allá, queriendo sepultar cualquier atisbo de dignificación de estas personas, acabando con leyes que son básicas para la higiene democrática. Por ello reivindicar, cuarenta años después de ese primer encuentro de víctimas del franquismo en Canarias, a quienes rompieron las barreras del miedo, a los que se adelantaron a su tiempo, es una necesidad.


Fuentes utilizadas

En Marcha : Portavoz de la Confederación Nacional del Trabajo Canarias. n.º 2, 3/1978, III época, página 11

Tierra Canaria. 1 de diciembre 1977 p.2

Unidad Socialista : Órgano de los socialistas canarios, n.º 5, 8/1979, página 2 y 3

Ascanio García, Juan Pedro. No olvidar a las mujeres. Diario de Avisos 17 de octubre 1984 p4

Mendoza, Florisel. Con los parias de la tierra. Memorias. Centro de la Cultura Popular Canaria. 2004




No hay comentarios: