El
anuncio de los actos por el cincuenta aniversario de la muerte del
último dictador español ha generado el enésimo debate público
sobre la memoria colectiva del pasado. Sucede casi noventa años
después de un golpe militar que quebró la democracia y cincuenta
después de morir la cara más visible de la dictadura. Si estos
eventos han generado una ola de declaraciones airadas, desde sectores
a los que de forma muy evidente les molesta profundamente que este
tema se trate, imaginémonos lo que vivieron los que en los primeros
años de la Transición empezaron a hablar de este tema.
Y
es que mucho antes de la Ley de Memoria histórica, en unas
condiciones muy difíciles, en Canarias se iniciaron las primeras
acciones de recuerdo y homenaje a las víctimas de la dictadura y sus
familiares. Lo hicieron en un momento donde algunas heridas estaban
especialmente frescas y en el que los herederos de los golpistas
seguían campando a sus anchas, pero era evidente que era una
necesidad hacerlo. El ejercicio de recordar, tras tanto tiempo de
olvido forzado, se convirtió en una necesaria.
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Durante
la dictadura, por razones obvias, el recuerdo de las víctimas fue
silenciado, una cosa que en ocasiones ni se trataba en los hogares
que vivieron esto en primera línea. Muchos hijos y nietos se criaron
sin saber lo que sus familiares habían sufrido, o las causas de la
muerte de sus antepasados. Las pocas obras literarias o históricas
que trataban esta parte de nuestro pasado se publicaron en otros
países. Fue el caso de la novela El Barranco, de Nivaria Tejera,
hija del republicano lagunero, Saturnino Tejera, que se publicó en
Francia en 1958 o del libro La Prisión de Fyffes, de José Antonio
Rial, editado en su exilio venezolano en 1969. Las primeras
publicaciones en Canarias debieron esperar hasta 1978, cuando Juan
Rodríguez Doreste, antiguo preso en Gando y militante histórico del
socialismo canario, publicó Cuadros del Penal. En 1980 salió a la
luz la obra del profesor Oswaldo Brito, Historia del movimiento
obrero canario, donde se ofrecían algunos datos de las consecuencias
de la dictadura y la Guerra Civil en el Archipiélago. En 1985 se
editó la obra La represión franquista en El Hierro, de Miguel Ángel
Cabrera Acosta, Un año después vendría El Fogueo, una de las obras
esenciales de la memoria histórica de Canarias, de Ricardo García
Luis y Manuel Torres Vera. De esta etapa, resulta llamativo el
anuncio de las memorias en las cárceles franquistas de Francisco
García García, presidente del Cabildo de Gran Canaria en 1936,
anunciadas para una “próxima publicación” en 1978, con prólogo
del profesor Jacinto Alzola, otra víctima de estos penales,...que
hasta donde he podido averiguar todavía no han salido a la luz.
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En
la década posterior a la muerte del dictador todavía muchos
protagonistas de lo sucedido en julio de 1936 estaban vivos. Peinaban
canas, pero guardaban en su recuerdo lo vivido, igual que sus
familiares. La memoria colectiva de esa etapa había sido ocultada
durante demasiado tiempo. Las víctimas tuvieron que esconder su
dolor y su rabia durante más de cuatro décadas, los únicos
homenajes en esos años fueron para los que había colaborado con la
quiebra de la democracia.
Fueron
actos valientes, en una sociedad con un miedo todavía fresco, donde
las autoridades policiales o de la justicia enraizaban con el
anterior régimen, que solo cambiaban el color de sus uniformes. En
esos homenajes lograron romper cuatro décadas de silencio y además
permitieron cierto nivel de curación personal.
Florencio Sosa Acevedo
El
PCE es una de las organizaciones que promoverá este tipo de eventos
de memoria en una etapa más temprana. El 6 de noviembre de 1977,
apenas siete meses después de su legalización, organizaron junto a
colectivos sociales del Puerto de la Cruz un homenaje al exalcalde
republicano y diputado comunista, Florencio Sosa Acevedo. A este acto
acudió su emocionada viuda, Josefina Badalona Reos. No será el
único momento de esa etapa donde las viudas de los fusilados y
desaparecidos ocuparán un papel destacado, evidenciando algunos de
los sucesos más brutales del anterior régimen.
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El
26 de enero de 1978 fue la CNT la encargada de hacer un homenaje, con
motivo del 41 aniversario del fusilamiento de diecinueve militantes
anarquistas, acusados de tratar de resistir al golpe militar. Lo
harán con un grupo de unas treinta personas en las puertas de la
antigua prisión de Fyffes, que en ese momento eran unos salones
abandonados en la capital tinerfeña. Algunos familiares y compañeros
de los fusilados estaban presentes, según el relato plasmado en el
artículo dedicado a este tema en la segunda etapa de En Marcha. No
pudieron dejar una placa en la fachada de la vieja prisión, solo una
bandera roja y negra, unos ramos de flores y una pintada sobre los
muros del penal que decía “muertos por la libertad”. Después de
eso, según la crónica periodística, “se marchó hacia el
cementerio y también se rindió homenaje en el lugar donde
antiguamente fueron enterrados los cadáveres, que en la actualidad
ha desaparecido todo rastro y no se sabe dónde pueden encontrarse”.
El
6 agosto de 1979 será el turno de Las Palmas de Gran Canaria, donde
militantes socialistas y comunistas rindieron un recuerdo público
al diputado comunista, Eduardo Suárez, y al farmacéutico del PSOE,
Fernando Egea, fusilados por los franquistas. Se congregaron en las
tumbas de estos dos líderes sociales y escucharon las palabras de
Felo Monzón, que recordó que junto a ambos “cayeron miles de
trabajadores. También a ellos dedico estas frases de dolorido
reconocimiento. Son muertes que no olvidaremos jamás”.
Otra
fecha muy significativa de esta primera etapa fue la del 10 de
noviembre de 1984. En esa jornada se vivió en los salones del Hotel
Mencey de Santa Cruz un encuentro histórico, donde se dieron cita
militantes de las distintas organizaciones republicanas que pasaron
por las prisiones franquistas. En
ella se reencontraron unas trescientas personas, antiguos presos y
familiares de algunas de las víctimas de las desapariciones de la
dictadura. Ese
día fue posible gracias a la colaboración del exsenador socialista,
Ramón García Rojas, el exprofesor de la Universidad de La Laguna,
Jacinto Alzola Cabrera, el abogado Luis Martín Fernández y Enrique
González Camacho, que junto al veterano comunista, Juan Pedro
Ascanio García, que se encargaron de la organización. Este acto, el
más masivo de la etapa, prestó especial atención a las mujeres de
los presos y desaparecidos, dando un homenaje a dos de las viudas de
desaparecidos, concretamente la de los exalcaldes de Santa Cruz y
Buenavista, José Carlos Schwartz y Antonio Camejo. El propio Juan
Pedro Ascanio resumía el acto y su mirada sobre el papel de las
mujeres, en que “quizás
pudiera ser el primer homenaje público a la mujer española que
sufrió la guerra”, proponiéndose en el mismo la elaboración de
placas que recordaran a estas víctimas, a veces no tan visibles, de
la guerra y la represión.
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A
modo de cierre de esta etapa podríamos poner el cincuenta
aniversario del inicio de la Guerra Civil, en septiembre del año
1986, que sirvió de marco en el que rendir un homenaje a víctimas
como el palmero José Miguel Pérez. Con esa ocasión, el PCE colocó
una placa cerca de la fosa común del cementerio de Santa Lastenia,
en la capital tinerfeña. En ella se decía “este lugar fue fosa
común de los fusilados durante la Guerra Civil 1936-39 en Santa Cruz
de Tenerife. En su memoria. A los 50 años y para que ¡nunca jamás!
Se repitan tales hechos”. Este homenaje se repitió en La Palma,
colocando una placa en su casa natal, que posteriormente fue retirada
con cierta polémica.
Homenaje a José Miguel Pérez en Santa Lastenia
Estos
primeros intentos de rescatar la memoria de un auténtico trauma
colectivo, una acción reconocida y realizada por muchas otras
comunidades, hechos con valentía y a veces con cierto miedo,
iniciaron un camino que a día de hoy parece difícil de desandar,
aunque no imposible. Sin estos esfuerzos hubiéramos perdido muchos
testimonios fundamentales de ese pasado, que a pesar de las
restricciones, dejaron sus huellas en la prensa de la época y en un
cierto interés por esa etapa de la historia reciente que ha generado
numerosos trabajos y estudios posteriores. Casi treinta años después
de la muerte del dictador aparecieron, ya sí, leyes para
democratizar los espacios públicos y rendir tributo a quienes
sufrieron la brutal represión desatada por los golpistas. El miedo
seguía vivo y todavía resiste el paso del tiempo, de familias que
pasadas muchas décadas no quieren nombrar a sus familiares que
estuvieron presos, de víctimas que nunca nombraron a sus
torturadores, aunque llegaron a vivir los primeros años del siglo
XXI. No solo eso, vemos como algunas fuerzas políticas van más
allá, queriendo sepultar cualquier atisbo de dignificación de estas
personas, acabando con leyes que son básicas para la higiene
democrática. Por ello reivindicar, cuarenta años después de ese
primer encuentro de víctimas del franquismo en Canarias, a quienes
rompieron las barreras del miedo, a los que se adelantaron a su
tiempo, es una necesidad.
Fuentes
utilizadas
En
Marcha : Portavoz de la Confederación Nacional del Trabajo Canarias.
n.º 2, 3/1978, III época, página 11
Tierra
Canaria. 1 de diciembre 1977 p.2
Unidad
Socialista : Órgano de los socialistas canarios,
n.º 5, 8/1979, página 2
y 3
Ascanio García, Juan
Pedro. No olvidar a las mujeres. Diario
de Avisos 17 de octubre 1984 p4
Mendoza,
Florisel. Con los parias de la tierra. Memorias. Centro de la Cultura
Popular Canaria. 2004
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