El sectario es el típico amargadillo que imparte justicia
sin que nadie se lo pida. El sectario dicta sentencia sin escuchar, muchas
veces casi sin pensar. Para el sectario sólo existe un lado correcto, el suyo.
Su cariño es frágil ya que sólo soporta un asfixiante clima monocolor, donde
blancos y negros, buenos y malos están tan bien definidos, el no necesita más.
El sectario está siempre ávido por calzarse su túnica para quemar herejes y sus
lengua o teclado pistolero siempre trata de dejar seco al enemigo, sin
demasiado trabajo ni esfuerzo, es el enemigo al fin y al cabo. Un sectario no
te acompaña, te vigila, te audita, te valora o juzga…hasta que detecte que no
eres lo suficientemente bueno para el. Aunque lo parezca, un sectario nunca podrá ser
un amigo, mucho menos un camarada, su afinidad dura poco, siempre buscará
motivos para sentirse traicionado o para la sospecha. El sectario es como el
caballo de Atila, por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. Jamás trates de
convencer a un sectario, sus argumentos van más allá de la lógica, son
convicciones casi religiosas que le habrá chivado al oído algún ser superior.
El grupo no está hecho para el sectario, el sólo puede trabajar para si mismo.
Todos y todas conocemos a algún sectario, en la familia, el trabajo, entre tus
amigos o en tu grupo, están ahí, observándonos, apuntando nuestras “malas
acciones” por si tenemos que ser objeto de algún juicio sumarísimo. Tengo
esperanza de que la vida se convierta en mi cedazo natural y que me ayude a
separar el buen grano del polvo.
En ocasiones hay testimonios de crímenes que sobreviven, incluso cuando víctimas y ejecutores ya no estén. El papel del coronel José Cáceres Sánchez en las conocidas como Brigadas del Amanecer quedó descrito con detalles estremecedores por uno de los participantes en esas madrugadas en las que presos republicanos eran lanzados en sacos en el océano, frente a la costa tinerfeña. En un documento poco conocido, el patrón de estos barcos de la muerte, Antonio Martín Brito, describió el ritual de muerte y lo que pudo ver, gracias a una fuga de película. Antonio, conocido en el pueblo como Morín, había nacido en Igueste de San Andrés en mayo de 1905 (1) y vivía en el pueblo pesquero de San Andrés. Seguramente ese entorno facilitó que se acercara al mundo del mar y a la navegación, dedicándose a la pesca, según cuenta el expediente judicial abierto contra él por los franquistas. Nunca tuvo demasiado interés por la política, más bien al contrario. El hambre y la miseria le había llevado a pro...
Comentarios