A Juan Agrella lo mató una bala de la Guardia Civil, que entre los estertores finales de la dictadura de Primo de Rivera y a la espera de la llegada de la II República, se convirtió en brazo ejecutor de una violencia poco conocida en las Islas. Fue el 25 de noviembre de 1930. Las calles de la capital tinerfeña se llenaban de miles de personas que protestaban ante el rumor de la eliminación de la escala de vapores de la ruta Transatlántica en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, en beneficio de Gran Canaria. La noticia, nunca confirmada y considerada un bulo por diversos autores, se expandió como el aceite por una población donde el sentimiento insularista vivía un momento de amplia expansión. Las élites isleñas luchaban a brazo partido por mantener sus intereses y el ambiente se había caldeado con la división provincial, realizada apenas tres años antes. Ese mes la prensa chicharrera plasmaba el malestar político, asegurando que había un “hondo disgusto que ha producido la propuesta ...