viernes, 25 de agosto de 2023

Caridad Pérez y Miguel Gutiérrez, dos anarquistas en un tiempo gris.

Caridad Pérez vivió una parte muy dura y también invisibilizada de la represión, la de las mujeres republicanas. Fue una persona joven con ideales, activista sindical y social, que tuvo que afrontar la pérdida de la principal fuente de recursos económicos de su familia, el odio y la persecución política, con tres niños pequeños. Su historia es en primera persona. Con firmeza narra un tiempo atroz, donde tuvo que sobreponerse a los más de cinco años de cárcel que sufrió su marido, una época de hambre y miseria a las puertas de Fyffes o de otras prisiones, con unas torturas que lo llevaron a intentar acabar con su vida. Su recuerdo de esos primeros años de la Dictadura es claro y rotundo: “pasé hambre y miseria que no se lo imagina nadie, hambre, ganas de una gotita de café y no tener qué echar a la boca” (1).

Nacida en Santa Cruz de La Palma en 1912, apenas tenía veinticuatro años cuando su compañero de vida, Miguel Gutiérrez Darias, taxista y militante lagunero de la CNT en la sección de transporte de la capital tinerfeña, fue encarcelado acusado de pertenecer a la organización de defensa anarquista en la Isla.

El relato de Caridad es una joya de la memoria histórica, que se salvó gracias al empeño y el tesón de dos investigadores vanguardistas que hicieron entrevistas a víctimas de la dictadura cuando prácticamente nadie las hacía, Ricardo García Luis y Juan Manuel Torres Vera. Conjuntamente y en solitario atesoraron y dieron a conocer unos testimonios muy valiosos que, por el discurrir natural de la vida y los años, en la actualidad son casi imposibles de conseguir. Uno de ellos está disponible en las redes sociales y será base para este artículo. Ojalá todos esos fondos sonoros se pudieran digitalizar y preservar para el futuro, un necesario  archivo de la memoria viva de Canarias. Voces dignas y estremecedoras que dan luz a un tiempo oscuro, que es imposible que no conmuevan (pueden escuchar el audio de la entrevista en la sección dedicada a las fuentes consultadas).

La vida de Caridad y Miguel no fue sencilla. Los trabajadores de esa primera mitad del siglo XX, como tantos otros antes y después, apenas dejaron rastro en la prensa escrita del momento, siempre dominada por las élites. Sabemos por este medio que Miguel fue uno de tantos reclutas que marchó a las posesiones españolas en el continente africano en el año 1928, dentro de la “sección caballería, artillería de costa, pesada, ligera e ingenieros” (2). En esos años de servicio militar es cuando, según cuenta la propia Caridad, se enamoran. Tienen seis años de diferencia de edad, pero el amor es imparable.

En 1931, siendo Caridad menor de edad, deciden darse a la fuga. Su búsqueda por las autoridades de la época aparece en los medios (3), siendo localizados en el mes de agosto (4). La boda se produce apenas dos meses después de ese incidente, muy probable que fuera un desenlace obligado por las familias y precipitado por las circunstancias de sus amoríos (5).

Caridad tiene 18 años y Miguel 25, al inicio de esos años de la II República. Su casa está llena de libros, aunque apenas tienen estudios, ambos leen y aman los libros. En ese tiempo Miguel se acerca a las ideas libertarias, incorporándose activamente a la CNT donde consolida grandes amistades. Ambos participaron de huelgas y mítines, de actos culturales y sociales de una parte de una sociedad que soñaba con un mundo mejor.

Con la llegada de los golpistas todo cambia. Sus libros, llenos de autores y temas prohibidos, acaban escondidos en una cueva cercana a su domicilio de aquel momento, hasta que una avenida de agua se los lleva. Su vida se transforma radicalmente desde que detienen a Miguel, poco después del 18 de julio de 1936. Los días de Caridad se volcaron en la búsqueda de alimentos para su familia y para Miguel, ya que los que daban en prisión eran insuficientes o directamente provocaban graves consecuencias para su salud. Estuvo cinco años preso entre Fyffes, los barcos (el Santa Elena), capitanía y posteriormente en Gando, donde permaneció un año. En ese tiempo su familia sobrevivía a duras penas gracias a la solidaridad de familiares y amistades. Los días de Caridad pasaban entre el hambre, la búsqueda de algún trabajo y las visitas a las puertas de los presidios o en la playa de San Antonio, desde donde se divisaba el barco prisión que retenía a Miguel y a otros cientos.

Su marido fue acusado de pertenecer a los grupos de autodefensa de la CNT y sus captores lo sometieron con especial intensidad a unas jornadas de torturas difíciles de imaginar. Fue trasladado en varias ocasiones desde Fyffes a los oscuros calabozos del Palacio de Justicia de la plaza de San Francisco: “al poco tiempo lo volvieron a llevar, estuvo quince días alcanzado cuero, fijo, día y noche” … “querían que firmara él, él no hablaba, él no firmaba, él no tenía nada que decir” (6), recuerda su esposa.

En septiembre de 1936 una de las causas contra Miguel, en este caso por sedición, queda sobreseída (7) por la ausencia de varios testigos claves, fugados de Villa Cisneros, según el testimonio de nuestra principal protagonista. No acaba así su situación, sigue prisionero y con castigos físicos frecuentes, para que delatara a sus compañeros y se reconociera como resistente al golpe franquista.   

 


El Palacio de Justicia de la capital tinerfeña, se convierte en esos días en uno de los principales espacios de tortura en la isla, que sin duda debería estar contemplado como Lugar de Memoria Democrática, tal y como fija la Ley más reciente. En ese lugar se lanzó por una de sus ventanas en septiembre de 1936 Florencio Afonso, con apenas 18 años. Un mes después saldría casi muerto por una caída a gran altura otro anarquista, Santiago Guerra (8)(9). Allí Miguel escuchaba el paso de las horas del reloj de la iglesia cercana, esperando por sesiones interminables de dolor que no pudo soportar. Caridad lo describe: “lo llevaron otra vez para la prisión, cuando se estaba ya repuesto lo vuelvan a llevar, pero va él preparado, dice a mi estos no me dan más cuero. A los seis días de estar en San Francisco fui un día por la mañana a llevarle el desayuno y me encuentro un rebullicio allí, digo, me hace el favor de llevarle esto a Miguel Gutiérrez y me dicen “él no está aquí” y digo “a dónde está”, dice “él está pal hospital”, digo “qué le pasó”, que se fue matar, se cortó todo, pero claro, estaba loco. Él se cortó y se cortó, yo tengo la camisa” (10), “ya se habían matado varios, se han tirado a la calle, unos a la calle y otros dentro”, apostilla.

Miguel permaneció varios días hospitalizado, aunque no solamente por las huellas de este intento de suicidio, “cuando el médico le vio cómo tenía las caderas dice, pues está más grave de eso que de lo que tienes ahí”…”tenía las caderas negras, hasta una vez que estaban pegándole, él cuando vio la soga que la mojaban en un balde con agua y que le fueron a dar, dio vuelta así o no sé qué fue lo que hizo, … que en un testículo tuvo más de un año el morado negro, entiende, eso hacían allí en San Francisco” (11).

El miedo era constante. El miedo a no tener comida para sobrevivir, a perder la libertad, sus medios de vida o al ser amado. El terror en una dictadura se aplica metiendo a fuego esa sensación constante de vulnerabilidad. Caridad conoció a muchas más mujeres en esta misma situación, que para el nuevo régimen eran constantes sospechosas y modelos poco adecuados al que el nuevo régimen quería promover, dedicado a la crianza y a un rol tradicional de subordinación total al hombre (12).   

Un buen ejemplo de esta situación de desamparo la resume con la vivencia de estas dos compañeras de sufrimiento. “Al año desapareció Gilberto y Alfonso. Las mujeres de los dos estaban en estado, la de Gilberto dio a luz al poco de desaparecerlo a él y la de Alfonso dio a luz también antes que la de Gilberto. Esa dio a luz y ya le tocaba la visita, y entonces ella dice, “ay, pa que conozca a la niña”, cuando fue sábado, a ver si se lo dejaban ver para que conociera a la niña, ya también lo habían sacado por la noche” (13), sumándose a la lista de los “desaparecidos” por la dictadura.    

Otra forma de sufrimiento es el de la distancia con sus seres queridos, no solo los muros de Fyffes o el corazón del barco prisión Santa Elena, a Miguel también lo enviaron al penal de Gando, en Gran Canaria, desde donde era casi imposible comunicarse con sus familiares. Caridad recuerda el estado en el que vivió ese desarraigo: “casi le tienen que cortar las piernas, lo llevaron a Gando, y en Gando se puso malo de las piernas, se le reventaron las piernas y se le cayeron las uñas de los pies, y acostado así en la cama, chorreándole. El color de las losetas que había en el suelo se lo comió el líquido que soltaba de las piernas” (14).

La represión se vivía y se sentía en distintas formas. La familia de Caridad y ella misma la notaron desde lo más básico, igual que tantas otras familias humildes y trabajadoras. La falta de alimento eran señales claras, un hambre intensa donde los familiares y la solidaridad fueron claves para la supervivencia. Dice nuestra protagonista la dificultad de alimentar a su hijo, ya que su hija había tenido que ser acogida por otros familiares, “mi suegra cuando conseguía algún fisco de gofio, unas sardinas saladas de esas que venían en barriles las asaba, no había aceite, todo lo acaparó lo que tenían los capitalistas…”.

También la vivienda fue un elemento donde la represión franquista se dejó notar. La carencia de este bien básico fue detonante de movilizaciones históricas de buena parte de las clases trabajadoras de la capital tinerfeña, donde la Federación Obrera y especialmente los anarquistas jugaron un papel fundamental. Los golpistas, estrechamente vinculados a los grandes propietarios, no desaprovecharon la oportunidad de devolver a “los rojos” lo sucedido en la gran huelga de 1933 (15). “Como nosotros éramos rojos, no teníamos derecho a nada, tanto poco derecho teníamos que, a los dos meses, como el dueño era de Acción Ciudadana vino a que le pagáramos los dos meses…y mi padre sin trabajar, mi marido preso y el otro preso, entonces logramos conseguir un mes y se lo dimos, y él dice no, yo no quiero un mes, yo quiero los dos. Mi madre le dijo “pero tenga piedad” y él le dijo, “¿sí?, pues que no se meta en política” (16), siendo finalmente desahuciados en un tiempo récord de apenas quince días.

Mientras, proseguía el vía crucis carcelario de Caridad y Miguel. Este último es trasladado al barco prisión Santa Elena, donde la visita estaba totalmente vedada. Las mujeres acudían a la desaparecida playa de San Antonio para verlos “aunque sea de lejos”. Recuerda que, aunque ella no podía ir mucho, “había algunas que iban, la madre de uno iba, hay dios mío esa mujer hacía llorar a todas. No tenía más que ese hijito, “hay mi Paquito, hay mi Paco, hay que te llevaron y no te volvemos a ver más”, mire, yo tenía a mi marido, pero yo con esa mujer lloraba”. Según el testimonio de Caridad, ese gomero, llamado Paco Santos, falleció poco después en el penal de Gando (17).

Las muertes en prisión, a consecuencias de las torturas, por intento de suicidio o por las nefastas condiciones higiénicas fueron frecuentes. Hay numerosos relatos al respecto. En este sentido el recuerdo de Caridad dice: “lo que le daban para comer no servía pa nada, les daba hasta diarrea y todo. Una vez le pusieron en la comida una cabeza de un toro, con cuernos y todo. Otra vez le pusieron no sé qué cosa que les dio diarrea a todos y dice que aquello era como un río, que no daban avío” (18). Las compañeras, madres, hermanas y otros familiares se veían obligados a tener que llevar alimentos extra a los presos para que no sufrieran más deterioro todavía, siendo la búsqueda de estos una auténtica odisea, al existir un enorme racionamiento de bienes básicos y acaparamiento de las élites locales.

En el año 1937 Miguel es acusado de auxilio a la rebelión. Es condenado a 20 años de prisión en el consejo de guerra de «los 17», 3.ª pieza separada de la causa 246/36, del 25 de febrero de 1937, por “auxilio a la rebelión”. Lo será junto con sus compañeros Antonio Sola Vila, Rafael Jorge Rosas y Manuel Dorta. El fiscal también pedirá penas de muerte para los militantes de la CNT, Sixto Juan Concepción, Néstor Mendoza, Enrique Villaverde Plasencia, Zoilo Afonso Campos, Rodrigo Coello Martín y Rafael Fajardo Peraza (19).

La victoria franquista y el control absoluto que perciben hace que algunos presos logren abandonar antes de lo previsto su reclusión. En ese tiempo Miguel fue nombrado como Secretario de Organización de la CNT en la clandestinidad. En 1940 se le conmuta la pena de veinte años por la de seis años y un día de prisión mayor, recuperando una libertad condicional y permanentemente vigilada por las autoridades franquistas. Convive hasta su muerte, en 1974, con su compañera y familia, manteniéndose firme en sus convicciones y esperanzas de un mundo mejor (20).

La vida de Caridad fue como la de tantas otras mujeres republicanas, que pensaron que un mundo mejor era posible, pero que debieron adaptarse a un encierro casi infinito. Por suerte, gracias a esos valientes primeros estudios de la memoria colectiva, su voz todavía puede resonar en nuestras conciencias para hablar de una realidad que todavía retumba en el presente. Honor y gloria a su memoria y a su legado.    

 

Fuentes consultadas

1.    Recuerdos libertarios. Entrevista de Ricardo García Luis y Juan Manuel Torres Vera a Caridad Pérez: https://www.youtube.com/watch?v=LKStW5flEQY

2.    La Prensa. 13 de marzo 1928. P5

3.    Gaceta de Tenerife. 4 de julio 1931. P1

4.    Gaceta de Tenerife. 28 de agosto 1931. P1

5.    Gaceta de Tenerife. 3 de septiembre 1931. P2

6.    Recuerdos libertarios. Op cit.

7.    Gaceta de Tenerife. 1 de septiembre 1936 p2

8.    García Luis, Ricardo. Crónica de vencidos. La Marea. 2003

9.    Ascanio Gómez, Rubens. El Palacio de Justicia de San Francisco, espacio para Memoria Democrática de la tortura franquista: http://latadelgofio.blogspot.com/2022/02/el-palacio-de-justicia-de-san-francisco.html

10. Recuerdos libertarios. Op cit

11. Idem

12. González Perez, Teresa. Mujeres republicanas y represión en Canarias (1936-1939). XIV Coloquio de Historia Canario-Americana (2000) (págs. 1763-1778).

13. Recuerdos libertarios. Op cit.

14. Idem

15. Ascanio Gómez, Rubens. La carestía de vivienda en Tenerife y la gran huelga de inquilinos de 1933, a los ojos de la prensa burguesa:  http://latadelgofio.blogspot.com/2023/07/la-carestia-de-vivienda-en-tenerife-y.html

16. Recuerdos libertarios. Op cit.

17. Idem

18. Idem

19. Gaceta de Tenerife. 26 de febrero 1937. P2

20. Caridad Pérez Sánchez: Recuerdos Libertarios (I). Tenerife 1936: https://www.elpaiscanario.com/caridad-perez-sanchez-recuerdos-libertarios-i-tenerife-1936/

 

 


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