domingo, 21 de febrero de 2021

Niños esclavos de las antiguas afortunadas


En el año 1494 el mercado de esclavos de Valencia era un hervidero. Uno de los negocios más terribles y antiguos de la humanidad mantenía una febril actividad en el puerto mediterráneo. Barcos aragoneses, portugueses, genoveses y castellanos llegaban cargados de mercancía humana, berberiscos, negros del golfo de Guinea y también muchos niños y niñas procedentes de Canarias.

Según los estudios de la investigadora Vicenta Cortés, entre 1493 y 1496 se desarrollaron los años de mayor llegada de esclavos guanches, palmeros y canarios al mercado esclavista valenciano gracias a la generosa colaboración de Alonso Fernández de Lugo.

Con frío protocolo y con cierto detalle los escribanos dejaron registrados estas ventas de menores esclavos que huían de la guerra y caían en manos de los piratas europeos que asolaban las costas isleñas y que veían en estas jóvenes presas un negocio fácil y seguro.

Sus nombres, vivos hoy en nuestros pueblos y barrios, quedaban apuntados mecánicamente junto con otros datos como el color de su piel, edad y origen. Aunque viendo sus caras nadie lo diría, eran los afortunados, los que llegaban vivos tras una larga y traumática travesía.

Como si de ganado se tratase, en ese año se vendieron 153 “cabezas” procedentes de Canarias, 81 de ellas de Tenerife y en su mayoría menores de edad. La autora de la investigación publicada en el Anuario de Estudios Canarios en 1955 asegura que “estos muchachitos escapaban junto con sus madres de la parte cruenta de la guerra y de sus represalias, y con ellas emprendían el camino del cautiverio. Por otro lado, los compradores sentían gran interés hacia los ejemplares muy jóvenes, a los que se podía educar e instruir a voluntad con más rapidez que a los maduros”.

Vayamos al día 12 de agosto de 1494. Comparecía Miguel Sanz Escuder, factor y procurador del lugarteniente del tesorero del rey, el honorable Alfonso Sanchís, para presentar un lote de 65 guanches que habían sido apresados en su tierra, trasladados desde allí a La Gomera y remitidos al oficial real por medio de un mercader genovés. El testimonio detalla la siguiente lista de nombres y datos de pequeños atrapados muy posiblemente en las zonas más accesibles de la costa de nuestra tierra:

“...hombre de diez años de edad llamado Aduntterner, otro hombre de diez años de edad llamado Addasarne, otro hombre de ocho años llamado Attasat, otra mujer de cinco años llamada Tassat, otro hombre de doce años, Attabonera. Otro hombre de doce años, Axohuquonaya, otro hombre de diez años llamado Adzubema, otra chica de tres años de edad que no sabe su nombre, otro hombre de diez años llamado Attirnera, otro hombre de once años de edad, Ghaynegoga, otro hombre de once años llamado Atturchayayne, otra mujer de diez años llamada Attaybenaso, otro hombre de siete años llamado Atasar, otro hombre de once años que no tiene nombre, otro de doce años de edad llamado Guatutse, otro hombre de nueve años llamado Attasa, otro hombre de ocho años de edad llamado Attasa, otro hombre de once años llamado Axixuna, otro hombre de dos años de edad llamado Adzubenam y otra mujer de diez años llamada Attagora, otro hombre de dos años llamado Attase, otro hombre de ocho años llamado Attemisa, otro hombre de un año llamado Attaxa, otra mujer de doce años de edad llamada Admayatescha, otro hombre de seis años llamado Attemsa, otro hombre de cinco años de edad llamado Adzubenam, otro hombre de cuatro años de edad llamado Addnanasa, otra mujer de cinco años de edad llamada Adtemexi. Y otro hombre de tres tres años de edad llamado Guauassa, otro hombre de diez años llamado Adsabroguona, otro hombre de cuatro años de edad llamado Adsneyneyne, otro hombre de seis años llamado Siso, otra mujer de ocho años de edad llamada Ayuasungua, otro hombre de cuatro años llamado Attmeixim, otro hombre de cinco años llamado Attasat, otra pequeña de un año que no tiene nombre...”.

El 1 de marzo de ese mismo años “Gaspar Rull, mercader de la ciudad, presenta 4 esclavas blancas de Tenerife: Attasa, de 16 años, su madre y hermana en Tenerife, que, sembrando, fueron apresadas y llevadas a Gran Canaria y de allí al Puerto; Attamech, de 14 años, apresada cuando iba a buscar leña...”.

Atrapados por los piratas esclavistas, encerrados y sacados de una cultura que durante milenios se mantuvo intacta a una Europa que empezaba a clarear con el renacimiento, pero donde los esclavos seguían siendo un producto de primera necesidad para las élites. Niños y niñas asustados, a veces acompañados de sus madres o familiares que dan los nombres de los más pequeños.


La lista sigue y sigue, una larga suma de documentos burocráticos que en la transición sirvió de base a los libros de nombres guanches que llenaron las Islas, cuando dejaron de estar prohibidos, como una reivindicación tardía y humilde de una parte de nuestra historia olvidada. Mientras los nombres de algunos de los esclavistas y quienes facilitaron su tarea tienen su espacio de honor en calles y plazas, algunas señeras, donde en domingos como este mis hijos Yaiza y Ancor juegan despreocupadamente.

Más información: https://mdc.ulpgc.es/digital/document/content/aea_1298


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