El pasado día trece de septiembre veía la televisión con gran atención y sana envidia, no por ningún concurso o asunto del corazón que con demasiada frecuencia visita la caja tonta -más bien al contrario- esos sentimientos los despertó en mí la votación popular en el municipio Catalán de Arenys de Munt (Cataluña). La verdad que no puedo dejar de tener sana envidia de un pueblo que sale a la calle y convierte una consulta popular, hecha al margen de las instituciones, en una fiesta. Sin duda es toda una gran fiesta de libertad y alegría que un pueblo que se organice para pedir algo tan básico como el derecho a decidir pacíficamente sobre su futuro. Por supuesto que la misma noche del referéndum y los días posteriores cualquiera habrá podido escuchar a múltiples comentaristas de todo pelaje lanzar espuma por la boca o por sus teclados al tratar de la cuestión. No han tardado en salir voces desde el españolismo más ultra para pedir a la justicia que impida cualquier otro nuevo intento de ...