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Sara Pérez García, compañera de lucha y vida de José Miguel Pérez

En los primeros días del mes de septiembre de 1936 Sara Pérez García notó que sus compañeras, en la prisión de mujeres de Santa Cruz de la Palma, la miraban de un modo extraño. Tenía la impresión de que la compadecían.

Militantes de izquierda, sindicalistas, mujeres de líderes políticos republicanos estaban retenidas desde la llegada del Canalejas a La Palma en una sala del hospital de Santa Cruz de La Palma. Militares y monjas se ocupaban de las presas. El día 4 de septiembre la madre superiora se acercó a Sara. Le dijo que su esposo, preso como ella, se encontraba muy enfermo. Le pidió que subiera a su despacho, había un militar que la esperaba. Al entrar le dijo secamente, "esta es la maleta de su esposo y una carta para usted". A José Miguel Pérez, su compañero de vida, una de las figuras más importantes del PCE en Canarias, lo habían fusilado esa mañana en Santa Cruz de Tenerife.

Sara Pérez había nacido en Cuba en 1902, el mismo año en el que, sin haber pasado el primer lustro desde su independencia de España, el presidente cubano entregaba Guantánamo a los Estados Unidos. Era hija de palmeros, que como tantos miles antes y después llegaban a la Isla en busca de un futuro que no creían posible en Canarias. Había nacido en el pueblo de Bacuranao, cerca de La Habana, en un sitio que le dicen "La Gallega".

Los padres de Sara mantenía correspondencia con su familia y amistades de La Palma. Era muy joven cuando le empezaron a hablar de un joven palmero muy inteligente, muy popular entre los obreros y campesinos por sus escritos. El padre de Sara era persona progresista, de ideas avanzadas. A sus 82 años recordaba en una entrevista que su padre “hablaba del socialismo.. de lo que había ocurrido en Rusia. Nos alejó a todos de la religión y nos crio en ese ambiente radical”.

En 1921 el joven José Miguel Pérez, con solo 24 años, emigró a Cuba. Una de las primeras visitas que hizo fue a la casa de Sara, llevaba regalos de su abuela a la familia. Los dos jóvenes no dejaron de mirarse en ese primer encuentro. Sara tenía 18 años y era una joven culta, con muchos intereses, criada en un hogar que la animó a tener criterio propio frente al mundo. En 1922 ella y José Miguel se casaron, mudándose la pareja a La Habana. Allí se dedican a dar forma a una escuela racionalista, vinculada a la Federación Obrera. En esos años nació su única hija, Estelfa Pérez. Allí también, en agosto de 1925, su marido, el isleño José Miguel Pérez, fue nombrado primer secretario general del Partidos Comunista Cubano. La respuesta de las autoridades del gobierno de Gerardo Machado, militar admirador de Mussolini, fue inmediata, deportando a su marido a Canarias. En febrero de 1926 daría comienzo a su década palmera.

Sara y su hija, con solo tres años, cruzaron el Atlántico para reunirse con José Miguel. En La Palma lo acompañó en sus labores como maestro y tratando de recuperar cierta normalidad. Sara no solo es una compañera de vida, además escribía artículos sobre la situación que vivía Cuba, donde no duda en criticar duramente al presidente Machado. En el diario El Progreso, en abril de 1927, aborda la situación económica de su tierra, donde dice que “tengo motivos para amar aquella isla con un cariño que está muy lejos del patrioterismo”, cuestionando al gobierno cubano. Uno de los artículos generó incluso un proceso judicial “por injurias al presidente de la República de Cuba”, por el que se celebró un juicio oral por la Causa número 48, el 5 de diciembre de 1930.

La llegada de la II República amplió su mundo, al igual que el de José Miguel. El 24 de julio de 1931 la Federación del Trabajo de la Palma celebró una importante asamblea en el Centro de Dependientes. Allí se nombró al comité directivo y al equipo de redacción de Espartaco, medio obrero de referencia en la Isla. Su compañero forma parte de la directiva, mientras que ella fue la única mujer elegida para las tareas de redacción.

En Espartaco dejó muestras de su pensamiento, dejando claro que es una de las que cuestiona el papel de las mujeres que se quería imponer desde el tradicionalismo. Es es caso del artículo que dedica al papel de las mujeres, que reclama que queden “libres de la dependencia moral y económica a que nos somete la sociedad burguesa”. Su reflexión es clara: “¿por qué no hemos de formar las mujeres en la vanguardia de los que luchan por el mejoramiento humano? ¿Quién lo necesita más que nosotras?”. Sin duda cumplió con esos mismos ideales.

En 1933 será otra de las voces que se levantará en Canarias protestando en contra de las sentencias que, tras un consejo de guerra, se emitieron contra varias decenas de miembros de la Federación Obrera por los llamados Sucesos de Hermigua. Sara se fijó especialmente en las mujeres que estaban procesadas, dándoles la relevancia que tuvieron en ese estallido social. A ellas le dedicó una historia en forma de cuento breve donde decía, “si un día las madres de La Gomera en lugar de mandar a sus pequeñuelos por el mundo a llorar solos, rabian, gritan, matan y destrozan, entonces todos se enteran...”. La idea es clara, cuando las mujeres ocupan su espacio y luchan, el terremoto que generan es enorme. 

José Miguel y Sara vivieron con intensidad los avances y retrocesos políticos de la II República en La Palma, hasta que el 18 de julio de 1936 llagaron las noticias del golpe militar reaccionario. La Isla logró mantenerse una semana bajo la legalidad republicana, ni un muerto, ningún exceso se vivió en esos días, aunque las fuerzas obreras estuvieran armadas. Con los refuerzos militares enviados desde Tenerife la resistencia se hizo imposible. Tuvieron que esconderse, como cientos más, para tratar de evitar la detención. El 18 de agosto fueron detenidos. Ya sabemos lo que le pasó a su compañero de vida. Como les contó a los periodistas de la Revista Bohemia en 1985, ella quedó destrozada al leer la carta que José Miguel escribió poco antes de ser fusilado. "Sara mía: En mi última hora toda mi alma, toda mi vida va hacia ti. Recógela y que te sirva de consuelo en tus horas de angustia y de pesar. Muero tranquilo y en mi puesto de siempre”. Su recuerdo era nítido, “creí que me moría me sentía el cuerpo como si me estuvieran vaciando”. Tuvo que recomponerse, su hija Estelfa, que tenía trece años en ese momento, llegaba para verla. Lo hizo con los ojos llenos de lágrimas, ya sabía lo que le habían hecho a su padre. Con una crueldad inhumana “los fascistas le gritaron en la calle. ¡Ya a tu padre lo mataron! y hasta dieron un baile y todo para celebrar la muerte”.

Sara tuvo que afrontar la situación que le desbordaba, tomó fuerzas de flaqueza y le dijo a Estelfa “No llores nena. Que no tenemos nada de qué avergonzarnos. Tu padre murió con sus manos muy limpias. Nunca le hizo mal a nadie. Fue comunista porque quería el bienestar de todos”. Su hija no podía estar con ella, una amiga la cuidaba. En un dolor difícil de explicar, tuvo que soportar nuevas visitas a la cárcel, un cura y militares la visitaban, con la amenaza constante de quitarle la patria potestad de su hija.

Durante varias semanas, familiares y amigos buscaron ayuda del consulado de Cuba. Querían lograr que Sara y Estelfa se alejaran del peligro, afortunadamente su nacionalidad fue clave y les permitió que a principios de diciembre de 1936 pudieran reunirse con su familia en La Habana. Allí, durante los primeros años, tuvo que vivir “pegada día y noche a una máquina de coser”, para poder criar a su hija. Allí vio el triunfo de la revolución, donde el partido que ayudó a fundar su marido jugó un papel fundamental. Su familia creció, su hija le dio tres nietos y también llegó a conocer a dos bisnietos, que la rodeaban cuando ya, muy mayor, abandonó este mundo para siempre.

La vida de José Miguel no hubiera sido igual sin Sara, una mujer luchadora que se adelantó a su tiempo, que firmaba artículos de prensa cuando pocas lo hacía. Muchas como ella abrieron brechas de reflexión y pensamiento, trataron de romper las barreras de una sociedad profundamente machista. El patriarcado no se impregnaba solo en las fuerzas de la burguesía o la reacción, también arraigaba en las organizaciones políticas más avanzadas. Sara se hizo valer, igual que otras luchadoras canarias de la época, como Blanca y Amelia Ascanio, Isabel Hernández, Carmen Goya, Clemencia Hardisson...sabían que sin ellas no habría una auténtica revolución, expresaron su voluntad de ocupar un papel al lado de sus compañeros de lucha y sufrieron sus mismas penalidades cuando los fascistas retomaron el poder.

Sara Pérez en la entrevista de Bohemia en 1985


Fuentes utilizadas

  • Pérez, Sara. La situación económica de Cuba. El Progreso. 9 de abril de 1927 p1

  • Pérez, Sara. La mujer y la guerra. Espartaco. 11 de mayo de 1935 p5

  • Espartaco. 1 de agosto de 1931 p3

  • Pérez, Sara. La pequeña gomera. Espartaco. 31 de marzo de 1934.

  • Gaceta de Tenerife. 2 de diciembre de 1930 p1

  • Peñalver Moral, Reinaldo. José Miguel Pérez: el primer secretario. Revista Bohemia. 16 de agosto de 1985. pp 78-83


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