El sectario es el típico amargadillo que imparte justicia
sin que nadie se lo pida. El sectario dicta sentencia sin escuchar, muchas
veces casi sin pensar. Para el sectario sólo existe un lado correcto, el suyo.
Su cariño es frágil ya que sólo soporta un asfixiante clima monocolor, donde
blancos y negros, buenos y malos están tan bien definidos, el no necesita más.
El sectario está siempre ávido por calzarse su túnica para quemar herejes y sus
lengua o teclado pistolero siempre trata de dejar seco al enemigo, sin
demasiado trabajo ni esfuerzo, es el enemigo al fin y al cabo. Un sectario no
te acompaña, te vigila, te audita, te valora o juzga…hasta que detecte que no
eres lo suficientemente bueno para el. Aunque lo parezca, un sectario nunca podrá ser
un amigo, mucho menos un camarada, su afinidad dura poco, siempre buscará
motivos para sentirse traicionado o para la sospecha. El sectario es como el
caballo de Atila, por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. Jamás trates de
convencer a un sectario, sus argumentos van más allá de la lógica, son
convicciones casi religiosas que le habrá chivado al oído algún ser superior.
El grupo no está hecho para el sectario, el sólo puede trabajar para si mismo.
Todos y todas conocemos a algún sectario, en la familia, el trabajo, entre tus
amigos o en tu grupo, están ahí, observándonos, apuntando nuestras “malas
acciones” por si tenemos que ser objeto de algún juicio sumarísimo. Tengo
esperanza de que la vida se convierta en mi cedazo natural y que me ayude a
separar el buen grano del polvo.
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