lunes, 9 de noviembre de 2009

Veinte años entre los escombros del muro de Berlín.


Es cierto, a veces uno es un poco aguafiestas y en plena verbena popular con fuegos artificiales y orquestitas en Berlín va a parecer hasta feo lo que voy a comentar, en fin.
Yo tenía casi catorce años cuando tumbaron el muro de Berlín, vamos que era una adolescente con pelusilla debajo de la nariz y algún grano que otro, sin embargo en mi casa la gran fiesta de la libertad no se vivió con especial alegría.
En mi familia teníamos la misma confianza que muchos millones de personas en el planeta en que Moscú era la capital de proletariado mundial y que la victoria sería nuestra, la caída del muro fue para nosotros señal de que algo se había hecho mal y no sólo en los cimientos aluminosos del cemento de ese muro. Aunque sabíamos que era necesaria la libertad política en la Europa del Este también sentíamos que ese era el pistoletazo de salida para el despliegue del capitalismo salvaje a nivel mundial.
Muy probablemente la cierta aversión urticante que se me desarrolla sobre este aniversario se deba a la forma en que la derechona mundial ha querido ver enterrada y muerta a la izquierda mundial bajo los cascotes coloreados de Berlín. Para ellos el súmmum de la libertad era poder ir al Mcdonalds en la Plaza Roja de Moscú y hasta ahí llegaron. Incluso Sarkozy ahora se apunta al carro y cuenta al mundo sus anécdotas ultraderechiles derribando a martillazos bloques de cemento en aquel otoño del 89. Por suerte la izquierda no les ha dado ese gusto. Aunque trozos del muro se hayan repartido por medio mundo como trofeos (ayer vi que había uno incluso en el Santuario de la Virgen de Fátima) no han servido para tapar unas ideas que entonces y ahora siguen siendo válidas.
La caída del muro de Berlín ha significado para la izquierda la apertura de intensos debates, mayores divisiones, muchos pases hacia la socialdemocracia o incluso más allá, pero también ha sido una nueva oportunidad de aprender de los graves errores cometidos. Debemos de reconocer que el modelo soviético fracasó por sus propios desaciertos políticos, pero no las ideas que lo originaron. El gran problema, como casi siempre en mi opinión, consistió en la aparición de una pequeña burocracia en el poder que con bandera roja y busto de Lenin al fondo controlaban estos países mientras que por otro lado no hacían más que imitar el modo de vida capitalista. No debemos de olvidar tampoco que en la mayor parte de la Europa del Este los trabajadores y trabajadoras se vieron en unos países convertidos al socialismo real por ley, gracias a un pacto a alto nivel entre jefes de Estado. Casi de la noche a la mañana pasaron de un modelo nazi al soviético sin poder decir nada, sin derecho a opinar o pensar, sólo a obedecer, no nos debe de extrañar que tarde o temprano una población formada dijera basta.
Paradójicamente los mismos burócratas que tenían el poder en la Europa del Este hace veinte años son en gran parte los actuales líderes y grandes empresarios de estos países, algunos incluso acudirán a continuar con la fiesta en Berlín.
Estas dos décadas han sido sin duda los años de la gran carrera neoliberal, tras el hundimiento del bloque del Este quedaba el camino limpio y preparado para su nuevo orden mundial, para la fiesta de la victoria, el mundo entero parecía un capítulo de “Sensación de vivir” con pijos aburridos deseosos de pasárselo bien a toda costa.
Hemos visto como los avances laborales se cuestionan e incluso se recortan, el derecho a la libre expresión se limita, se privatiza todo por norma, aumenta la pérdida de calidad de vida para cada vez más millones de personas y cada vez hay más diferencias entre los muy ricos y la mayoría de la población. Muchos de los responsables de las guerras por los recursos, de que ahora haya más pobres en el mundo, de las deslocalizaciones empresariales o las burbujas inmobiliarias brindaron con champán hace veinte años y lo siguen haciendo ahora.
Por suerte de entre los cascotes, en las cenizas de tanto libro sobre la transición del capitalismo al comunismo, incluso entre el polvillo de la demolición que se ha ido depositando en estas dos décadas han ido surgiendo luces de esperanza, pequeñas flores que van brotando a duras penas en ese descampado ideológico que quedó tras el muro. Crecen en forma de movimientos antiglobalización, los Nuevos Movimientos Sociales, el socialismo del siglo XXI...que nos devuelven la ilusión en un mañana mejor para la humanidad y que nos hablan de una izquierda que se está rearmado dialécticamente, que en definitiva ha mejorado, más diversa, una izquierda que no quiere ser vanguardia iluminada sino parte del pueblo, que no quiere protagonizar, sino sólo ser uno más y colaborar. Esa izquierda que empieza poco a poco a tomar protagonismo que tal vez incluso tenga de “pisapapeles” un trozo del muro de Berlín (espero que para no olvidar lo que se hizo mal) aunque también mantiene vigente en sus bibliotecas el Manifiesto Comunista y otros clásicos.
Hoy reconozco que no tengo el cuerpo de fiesta, más bien de reflexión sobre esos muros que no han caído, al contrario, que son muros cada vez más altos hechos para dominar y humillar pueblos, separar ricos de pobres, explotadores de explotados, norte y sur...esos si que han crecido en estos veinte años, por medio planeta y ojala que, como pasó entonces, algún día nos lleguen como macabro souvenir hecho trozos junto con alguna revista, algunos al menos trabajamos para eso.

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