lunes, 2 de marzo de 2009
Una mujer canaria de 83 años que sigue siendo rebelde.
En estos días que se aproxima el día de la mujer trabajadora quiero hacer un pequeño homenaje a mi abuela, Sara Cabrera García, que está un poco malita, pero que a lo largo de su vida ha sido una mujer nacida antes de su tiempo.
Hoy con casi 83 años sigue siendo una mujer apasionada por conocer, ceramista, pintora, escultora, escritora, investigadora fue una de las escasas mujeres que pudieron estudiar en una posguerra llena de hambre y miseria.
Es una de esas valientes mujeres canarias que supo enfrentarse a la emigración forzada de su marido rumbo a Venezuela y cuidar de dos niños casi recién nacidos mientras mi abuelo cruzaba el océano en una barquilla cargada con ciento y pico canarios hambrientos de futuro y libertad.
Una persona que cuando se miraba con miedo y desprecio a las alfareras de El Cercado, en La Gomera, ella se supo acercar a ellas y aprender junto a Guadalupe la magia de una artesanía que se viene practicando en Canarias casi de las misma manera en miles de años.
Una mujer que a pesar de los años no se ha dejado vencer por los convencionalismos y ha sabido aprender y conocer cosas nuevas.
Fruto de este aprendizaje personal son estos dos textos que les dejo a continuación y que formaron parte de una pequeña edición de “Memorias de una abuela”, publicado de forma artesanal en su ochenta cumpleaños y que espero que en algún momento vea la luz, porque son historias llenas de recuerdos, algo muy necesario en unas Islas que parecen empeñadas en abandonarse a un modelo destructivo de sociedad.
¿AUTORRETRATO O "CURRICULUM"?
Describir 80 años de vida en unas cuartillas es tarea bastante difícil, pero trataré de hacerlo aunque sea muy resumido.
Nací en la Playa de Vallehermoso, en la Gomera el 12/5/26 (la segunda de seis hermanos). Mi casa estaba tan cerca del mar que a pesar de haberla protegido con un rompeolas de hormigón se ofendió de machacarla continuamente en vano y un día tan furioso se puso que acabó por llevársela a las profundidades del océano. – El sonido del arrastre de las piedras en la noche se incrustó en mi mente costándome dormir si no oía ese arrullo (una especie de arrorró).
A pesar del aislamiento en que vivía, la escuela mas próxima estaba a 3 Km. de distancia, mis padres se preocuparon siempre por mi cultura. Las primeras letras las aprendí con un Maestro que bajaba a darnos la clase al reducido número de niños que vivíamos allí. - Cuando fue necesario asistir a la escuela pública, no había otro medio de enseñanza, un taxi (el único que existía en el pueblo), contratado por los padres, iba a recogernos.
Eso ocurría cuando la situación económica fue boyante. – Mi padre era exportador de plátanos y tomates, pero llegó la guerra civil, todos los negocios se paralizaron y entonces esa distancia de 3 Km., la hacía caminando carretera arriba, carretera abajo, hiciera frío o calor, pero nunca faltaba a clase.
Pasada la época de la primera enseñanza tuve la oportunidad de que un buen Profesor, destituido de su cátedra por motivos políticos, influyera en mi formación inculcándome el amor por los estudios.
Siendo ya adolescente se planteó la necesidad de estudiar una carrera. Los inconvenientes eran poco menos que insalvables. Aparte de los problemas económicos, las dificultades para ir a Tenerife. La carretera ni siquiera llegaba a mi pueblo. Los prejuicios de aquella época para salir de su casa una joven de quince años a estudiar en Santa Cruz, etc., etc., pero gracias al tesón de mi padre yo pude hacer una carrera corta en la Escuela de Comercio: cuatro años para Perito Mercantil y dos años de Profesorado que no pude terminar por el error que teníamos las jóvenes de ese tiempo. Creíamos que la solución era el matrimonio y aunque la intención fuera seguir estudiando, lo que siguió fue en dos años, dos hijos y todo lo que eso conlleva.
Un segundo intento lo tuve cuando mi hijo pequeño cumplió nueve años. Me matriculé en Bellas Artes que verdaderamente era lo que me gustaba, pero mi gozo duró poco. A los tres meses otra niña venía de camino y otra y otro, total…cinco hijos, más diez nietos y cuatro biznietos actualmente.
Por diversas circunstancias he tenido oportunidad de viajar por toda España, casi toda Europa, parte de África y América. Ese era otro reto importante que tanto apetecía y que afortunadamente pude cumplir. Hacia la mitad de mi vida dejé la actividad comercial que compartía con mi esposo y entré en el mundo de la artesanía sobre todo en la especialidad de cerámica para lo que realicé varios cursos en importantes escuelas: Sargadelos en Galicia, en Barcelona, en Gijón, etc.
Al final de los 70 abrí la escuela de artesanía TAGUMERCHE que va ya por la tercera generación pues son mis nietos los que la llevan actualmente a pesar de haber hecho estudios universitarios.
Fui Presidenta del gremio de artesanos de la provincia de Tenerife y el primer contacto que tuve con la literatura fue en el “Congreso de Alfarería Popular Canaria” que se celebró en la Guancha por primera vez en el año 1983 presentando la ponencia “San Andrés de la Ollas” - En el 87 participé en otro congreso de Cultura Canaria con la comunicación “Potaje de Gánigos” – Pertenecí al Patronato de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz creándose a propuesta mía el “concurso de cerámica creativa “ que se continua celebrando a nivel nacional y en el que participan importantes ceramistas. – Otra tentativa que tuve en el mundo de las letras fue escribir el libro “Alfarería popular del Cercado” La Gomera, en el año 96 publicado por el Centro de la Cultura, estando agotada su edición.
Finalmente en este Centro de Mayores del Puerto de la Cruz desde que se creó el taller de Literatura escribo pequeños relatos que siempre hacen alusión a mi vida pues no tengo imaginación para inventar nada.
Dado que el poco tiempo de vida que por ley natural me debe quedar, así pienso seguir pues alguna vez leí que se envejece cuando no se quiere aprender y yo quiero envejecer aprendiendo.
Sara – 20-01-06
VACACIONES EN LA GOMERA
Las vacaciones habían llegado a su fin. Los meses de Julio y Agosto transcurrieron en un ambiente casi conventual en aquel apartado pueblecito de Las Hayas donde vivían apenas 20 o 30 personas.
Era necesario regresar a casa, tarea no fácil en aquellos tiempos donde el coche era artículo de tanto lujo que pocos podían permitirse tenerlo. De hecho, nosotros no lo teníamos y caminando, cargados de bártulos, llegamos al cruce de caminos mas cercano por donde pasaría el coche “pirata” procedente de Valle Gran Rey que debía recogernos.
Era muy temprano, casi amanecida y todavía podía verse en aquel cielo limpísimo de nubes, alguna estrella.
Cuando descansábamos tumbados en el húmedo suelo, no lejos de la carretera para estar pendientes de la llegada de aquel vehículo empezamos a escuchar leves quejidos al principio que poco a poco fueron subiendo de tono hasta convertirse en verdaderos gritos de dolor. Alarmados por tal circunstancia nos acercamos al lugar de los hechos encontrando un espectáculo lo mas parecido a una tragedia griega. Un grupo de mujeres con ropas harapientas y sudorosas por el trabajo realizado (cavaban raíces de helechos, una especie de batatas de las que sacarían la harina para amasar las célebres “tortas de helecho”)
Una de las mujeres con el vientre bastante abultado no encontró mejor lugar para traer su hijo al mundo y allí mismo, en medio del monte, el chiquillo empujaba y empujaba. Probablemente tenía prisa por salir a respirar aquel aire fresco y puro.
Mientras una compañera le recomendaba: - ¡ jínquise de rodillas cristiana que lo que lo tiene es encallado! – otra trataba de limpiar una piedra bien afilada con la que cortar la tripita pues no tenían otro utensilio para hacerlo, pero quiso el destino que en mi bolsa de viaje yo hubiera puesto unas tijeras con lo que se pudo resolver lo que podía haber sido una arriesgada operación.
El ofrecimiento de una toalla limpia para envolver la criatura y aquella oportuna tijera fue incondicional pues debería permanecer colgada detrás de la puerta de la habitación donde estuviera el recién nacido hasta que la tripita se cayera . La creencia era que eso le protegería de los malos espíritus.
Bajo el sombreado de aquellos corpulentos árboles continuamos esperando el taxi que aún tardaría en llegar.
Pasaron algunos años y por esas casualidades de la vida, en nuestros frecuentes viajes a La Gomera, un muchacho grandote ¡ parecía un Hércules ¡! Vino a saludarnos ….. Se llamaba Benjamín . Como muestra de agradecimiento, su madre al bautizarlo le había puesto el nombre de mi marido.
Sara - Puerto de la Cruz 17/06/05
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